Crónica de un reventón. Por José Fernández Belmonte

Crónica de un reventón

Estoy a escasos metros de la línea divisoria entre España y Portugal y, sin saberlo, entre la vida y la muerte. Bacalao dorao y manteca colorá. El Guadiana se expande victorioso ante la atónita mirada de los que somos de secano. Murakami me acompaña por estos pagos fronterizos para mantenerme aferrado a su ansiedad. En Elvas, el Cristo nos ofrece mariscos en lugar de credos. Los políticos representan una tragicomedia puertas afuera del Teatro Romano de Mérida. Y el Atleti es mucho Atleti.
A Joaquín Sabina, a mi amigo Lorenzo, y a mí, siempre nos queda el Atleti.
El hueco de la vida lo tenemos que llenar con lo que sea. Con Murakami, o con goles, o con bacalao. O escuchando a Sabina, ese que canta.
Era una noche cualquiera. Pudiera ser que fuera martes –dice la canción–, y, efectivamente, era martes, aunque, por fortuna para mí, no era 13, que de haberlo sido otro gallo hubiera cantado.
El reventón de la rueda delantera de mi coche me ha recordado que la línea divisoria entre este mundo y el otro se rebasa en un abrir y cerrar de ojos. Todo esfuerzo acaba enterrado. Principio y fin como extremos de una cuerda invisible que nos aferra a la vida sin que nunca lleguemos a saber el motivo que lo justifica.
El verde insultante de las dehesas extremeñas se da la mano con las manchegas, atravesadas de manera inmisericorde por el gris plomizo de una vieja y tortuosa carretera nacional por la que transito con la prisa de vivir. Encinas majestuosas engrandecen un paisaje sereno y eterno salpicado de afloramientos de granito y vacas pardorrojizas que mugen en estéreo al paso de los camiones. Y sobre nuestras cabezas sobrevuelan cigüeñas portando en sus picos ramas con las que construir sus nidos y nuestros sueños de fecundidad parisina. Nubes dispersas amenazan lluvias para humedecer, aun más si cabe, tan envidiable ecosistema. Los arrendajos, con sus inconfundibles destellos de añil, rebuscan en las cunetas los bichos que atropellan los vehículos a su paso. Cunetas mudas. Cunetas tristes cargadas de historias, de muertes, de viudas, de huérfanos, y de odios.
He aparcado, con las manos sudorosas y el alma en vilo, en el arcén de la autopista. He puesto las luces de emergencia. Me he enfundado un chaleco reflectante. He colocado de manera reglamentaria los triángulos de peligro para advertir de mi afortunado infortunio y he avisado a la grúa.
El reventón ha retrasado tres horas el reloj de mi alocada existencia; pero, a cambio, me ha regalado milagrosamente el resto de mi vida. El boquete de la rueda, mientras se desinflaba, me hablaba de filosofía, de rutinas, de sueños, de proyectos, de Murakami, y de cigüeñas como si me conociera de toda la vida.
Nunca pensé que un neumático tuviera tantas cosas que contarme. Derrotado y abierto en canal, en lo alto de la grúa, me confesó que todo lo que sabe lo aprendió de los caminos y de la Luna. Que la vida transcurre debajo de nuestros pies, bajo nuestras pisadas. Que lo que creemos tan importante se puede desvanecer en menos de lo que nos caga una moscarda, o un clavo atraviesa la goma negra de nuestras recauchutadas conciencias.
Menos mal que no era 13. ¡Aúpa, Atleti!

José Fernández Belmonte 

Blog del autor

8 comentarios:

  1. Elena Marqués

    Todo pende de un hilo, especialmente la vida. Vivimos en la frontera, junto al río que nos conduzca hasta el mar, que es el morir.
    Por eso un neumático reventado nos hace apreciar mejor el paisaje que describes, de dehesa, de granito, de cigüeñas y de futuro.
    Hermosa la estampa, hermoso el texto, urgente el mensaje.
    Un gran abrazo.

  2. Mil gracias por tu generosidad, Elena. Lo único que no te perdono es que me metieras a Murakami en las venas. Un abrazo.

  3. Buen texto y mejor mensaje. Saludos, don José Fernández Belmonte.

    Un abrazo.

  4. Hermosísimo texto salpicado, sobre todo, de vida. Indiscutile que siempre detrás de cada mala experiencia sobrevenga una profunda reflexión.

    Cómo me gusta leerle Belmonte.

    Un abrazo enorme.

Responder a Elena Marqués Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *