La poeta Anne Carson (Toronto, 1950) ha ganado el premio Princesa de Asturias de las Letras 2020, al que optaban veintiocho candidaturas de diecisiete nacionalidades. Reunido telemáticamente debido a la crisis sanitaria del coronavirus, el jurado ha destacado cómo «en los distintos ámbitos de su escritura, Anne Carson ha alcanzado unas cotas de intensidad y solvencia intelectual que la sitúan entre los escritores más destacados del presente».
En el acta del galardón también se refleja cómo «desde el estudio del mundo grecolatino ha construido una poética innovadora donde la vitalidad del gran pensamiento clásico funciona a la manera de un mapa que invita a dilucidar las complejidades del momento actual». A juicio del jurado, la obra de Carson «mantiene un compromiso con la emoción y el pensamiento, con el estudio de la tradición y la presencia renovada de las Humanidades como una manera de alcanzar mejor conciencia de nuestro tiempo».
«Es un asombroso honor. Una sorpresa absoluta. Desde que crucé España en 1983 (desde Francia hasta Compostela) me he preguntado sobre la cultura de esta gente que no sonríe a menos que haya una buena razón para hacerlo. Qué amable de su parte [la del jurado] sugerir que podría haberle dado una razón», ha declarado la poeta tras conocer la noticia.
Nacida en Toronto en 1950, Carson es una de las grandes poetas de la actualidad y, también, una «rara avis» por vocación propia, pues con el paso de los años ha desarrollado un estilo único donde los géneros se difuminan para rozar o agarrar lo esencial. Además de poeta es ensayista, traductora y profesora de literatura clásica en universidades como Princeton o en la de Michigan. Latinista y helenista, tiene un conocimiento profundo del mundo clásico grecolatino, referencia constante en su obra.
Las obras de Carson son un collage entre poesía, ensayo, teatro, música y tantas otras referencias. Por ejemplo, su libro «La belleza del marido» fue definido nada menos que como un «ensayo de ficción en 29 tangos». Otro de los rasgos de su poesía es la mezcla de tiempos y referencias históricas; es el caso de su atrevida «Hombres en sus horas libres», obra en la que imaginó un debate televisivo entre Virginia Woolf y Tucídides en el que estos discutían sobre la guerra del Peloponeso.
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Texto se Anne Carson:
Podrías
Si no eres la persona libre que quieres ser, busca un lugar donde puedas contar la verdad sobre ello. Contar cómo te va con todo. La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado. Podrías susurrar de cara a un pozo. Podrías escribir una carta y mantenerla guardada en la gaveta. Podrías escribir una maldición en una cinta de plomo y enterrarla para que nadie la lea por mil años. No se trata de encontrar un lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía,
y todo lo remata con un gesto
tan privado y preciso como su propio nombre.
Os dejamos un poema de esta autora:
Ese estado de flujo
En el esfuerzo que uno hace por hallar su camino entre los contenidos de la memoria
(insiste Aristóteles)
es útil el principio de asociación:
«pasar rápidamente de un punto al siguiente.
Por ejemplo de leche a blanco,
de blanco a aire,
de aire a húmedo,
tras lo cual uno recuerda el otoño en el supuesto de que esté tratando de recordar
esa estación».
O suponiendo,
amable lector,
qué no estés tratando de recordar el otoño sino la libertad,
un principio de libertad
que existió entre dos personas, pequeño y salvaje,
como son los principios, pero ¿cuáles son aquí las reglas?
Como él dice,
la locura puede ponerse de moda.
Pasar entonces rápidamente
de un punto al siguiente,
por ejemplo de pezón a duro,
de duro a cuarto de hotel,
de cuarto de hotel
a la frase encontrada en una carta que escribió en un taxi el día que se cruzó con
su mujer
que iba caminando
por la otra acera, pero ella no le vio, se dirigía
-así de ingeniosas son las combinaciones de ese estado de flujo que llamamos
nuestra historia moral, acaso no son tan claras, casi como las fórmulas matemáticas
salvo que están escritas en el agua-
al juzgado
a presentar los documentos para el divorcio, una frase como
qué sabor entre tus piernas.
Tras lo cual mediante esta facultad absolutamente divina, la «memoria de las
palabras y las cosas»,
uno recuerda
la libertad.
¿Es eso yo? grita irrumpiendo el alma.
Almita, pobre animal incierto:
cuidado con este invento «siempre útil para aprender y vivir»
como dice Aristóteles, Aristóteles,
que no tenía marido,
rara vez menciona la belleza
y es probable que de muñeca pasara rápidamente a esclava cuando trataba de
recordar esposa.