Cae la tarde y los clarines
dejan paso a las campanas;
las rosas de los jardines,
llenas de espinas tempranas,
las mismas, que ayer ornaron
la iglesia con devoción,
son hoy, esas mismas rosas,
que con otras más hermosas,
lo despiden para siempre
al toque de una oración.
De la catedral, los mozos
llevan su cuerpo presente,
las mujeres con sollozos
se aproximan a la gente.
Sigue la fiel comitiva
al paso de procesión,
con un fervor que cautiva
respeto y admiración.
Esperando en una esquina
al sepelio con su cruz,
Isabel, corre rendida
a sus ojos ya sin luz,
y acercándose a su lado
llena de duelo y prendida,
le da un beso apasionado,
aquel, que no le dio en vida.
Vive un éxtasis de calma
junto a él, de amor vencida,
quedando por siempre su alma
junto a la suya dormida.
Y aquí, en esta cripta fría,
donde todas las pasiones
mueren con las ilusiones
y no existe luz del día;
donde el clarín de la gloria,
una campana de duelo
lo transforma en desconsuelo
para el curso de la historia,
en honor a su memoria
y en este mismo lugar,
hoy, dejaré ante su altar
una rosa y un clavel,
y con ramos de laurel,
coronaré a los que amaron
y únicamente soñaron…
«Los amantes de Teruel»
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Fragmento del romance (Sueño de amor)
y del poemario Romances en la penumbra.
Juan A Galisteo (Galeote)