Manitas de los niños,
manitas pedigüeñas,
de las flores del campo
sois dueñas.
Sois dueñas del abismo,
del cielo y las estrellas,
de la luna y los mares,
de las playas y arenas.
Sois, en fin, un sentido
de amor y de nobleza,
que necesita el hombre
para abrir esas puertas
a la fe, a la esperanza,
y a tantas cosas buenas,
que tan solo se abren
en los días de fiesta.
Manitas de los niños,
con llanto de tristeza,
que llamáis temblorosas
a mi puerta de rejas.
¿Teméis justificaros
acaso de pobreza?
o ¿debéis dar alguna
razón, si es que la hubiera,
por caminar descalzos
mil senderos de piedra?
¡No gritéis al silencio
favores ni clemencia,
que el viento, es sordo y mudo
y no entiende de quejas!
Sin conocer la vida,
su egocéntrica esencia,
sin conocer el mundo
marcado de insolencia,
sois grandes, por ser chicas,
sois fuertes, por ser tiernas,
y aún, sin estar limpias sois,
¡lo mejor de la Tierra!
Manitas de los niños,
que a cara descubierta,
denunciáis la mentira
y el afán de riqueza;
la infamia y el sofisma,
desgarrarán las venas
de un orbe encanallado,
sediento de grandeza
Siendo nobles de encanto
y por naturaleza,
con actos vacilantes,
con gestos de flaqueza,
¡despertáis a la vida
porque sois almas buenas!
Tal vez, por la ternura,
tal vez, por la franqueza,
tal vez, en fin, ¡por todo!
hasta por la inocencia,
-ni es dueña la razón,
ni la razón es dueña-
solo son vuestras manos,
que se abren con firmeza,
reclamándole al mundo
derecho a la existencia.
Juan A Galisteo (Galeote)
Del poemario: Romances en la penumbra.