Las palabras. Por Salvador Pliego

 

Vendrán del viento o dibujadas.
De Elfos o Hadas brotarán y dirán que un nicho azul
con lienzo las resguarda.
Vestirán al corazón con un cálamo que en vez de tinta
tenga ocas y curta soplos con latidos de magnolias.
¡Qué verso tan lindo así escuchara!

¡Cosmopolitas!, dirán al conjugarlas,
y en la boca saltarán cual magníficas orquestas.
En la acera blandirán, como guerreras, su tilde inconfundible:
¡iré, seré y moriré por ellas!
¡Qué verso cantaría si así yo las tuviera!

Alberti, Neruda, se alzarían sobre la tumba
y al verbo le darían una espada, un cielo, una diana,
que aprenda, interrogando, a pronunciarlas.
¡Qué verso insigne le armarían!

Dulcinea también se graduaría de estafeta
con sobresdrújulas, agudas y una que otra sílaba
trasantepenúltima que a su Hidalgo escribiría.
¡Qué verso digno iría por esa vida!

Letrados, Generales de palabras,
Doctores del vocablo que llevan la voz junto a las yemas
y levantan esos puños cual sonoras directrices:
¡Qué verso el suyo que nace de riberas!
¡Qué verso el canto que brota de sus plumas!

¡Iré a la mar…
iré a cantarle a la palabra!
Un verso solo, un verso que cante a la hondonada
y lleve letras de estatuto y de proclama.
¡Qué verso el mío si un día lo escribiera!

Iré a la mar…
Iré a la mar a buscar esa palabra.
Iré a la bruma a sacarle su sonata,
roja siempre y verde enamorada,
azul de estela y en la punta de la lengua.
Iré a la mar…

¡Qué verso el mío si un día lo escribiera!

 

Salvador Pliego
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