La libertad de escribir. Por Proscrita


Todos los escritores están agazapados tras lo que escriben. Aunque no lo sepan, aunque escriban novelas de fantasía y aventuras, aunque hablen de temas que no tienen nada que ver con ellos. El escritor es un exhibicionista por naturaleza y siempre está haciendo literatura; no sólo cuando escribe: también cuando charla en la barra de un bar, hace la cola en la panadería o practica el noble arte del coito. Vive para contarlo y escribe para pasar la vida a limpio.

Pero eso no quiere decir que el escritor sea un notario de la realidad (creo que fue Cela quien acuñó esa expresión), ni que lo que el escritor escriba vaya a misa o sea palabra sagrada. De un escritor se puede esperar todo, menos que te cuente la verdad. Porque no sabe. No sabemos. Todo lo que escribimos pasa antes por el filtro de la literatura y todos, absolutamente todos nosotros, damos sobre el papel rienda suelta a nuestras fantasías. Así, es frecuente encontrar a escritoras bajitas y gordas que escriben sobre mujeres altas y delgadas, pajilleros solitarios que nos enamoran con la virilidad y promiscuidad de sus personajes, fracasados que nos hacen soñar con el placer de la venganza, etc.

En estos días, sigo la absurda polémica sobre lo de las menores japonesas que aparecen en un libro de conversaciones que firman Dragó y Boadella, dos fabuladores natos con los que nada tengo en común.

Hace pocos días, el PSOE proponía en el Congreso una iniciativa (sea esto lo que sea) para evitar los juegos sexistas en los patios del colegio. Hoy leo que el PSOE se querellará contra Dragó por lo de las japonesas, que para mí es algo así como querellarse contra Madame Bovary, por ejemplo.

Tendré que tener cuidadito con lo que escribo: cualquier día la policía del pensamiento puede venir a por mí.


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