Elegí un mal día… Por Miguel Pérez de Lema

Tiene su encanto leer a cinco columnas eso de “Estado de alarma”. No se puede negar que es un pedazo de titular. Hace a la gente sentirse viva, da la falsa impresión, como todos los grandes titulares, de que algo muy fuerte va a pasar. Qué se yo, como si estuviéramos a punto de que se armara por fin la gorda, y se liara una buena, y hace soñar con que luego, por fin, el orden -el Orden original- devolverá el equilibrio a la galaxia y seremos todos felices y lustrosos como funcionarios de la Junta o así.

Luego, claro, no pasa nada. Y si pasa no importa, como decía mi maestro. Porque no es por aguar esta fiesta semi levantisca, y como justiciera que uno nota en el ambiente, pero es que algunos llevamos en estado de alarma ya un buen trecho del camino, a lo mejor unos cuantos meses, igual hasta varios años,  y sabemos que pasar, pasar, nunca pasa nada y que cada palo aguante su vela.

Yo llevo, sin exagerar, tres años en “Estado de alarma”, y mi particular Unidad Militar de Emergencias mental hace tiempo que está prestándome ayuda humanitaria, porque es que no levanto cabeza, se me han caído todos los palos del sombrajo y a cada paso que doy descubro el avance de la pobreza, el desencanto y la depresión entre más gente, más empresas, más barrios.

Yo mismo, no lo oculto, soy muy pobre y no hace tanto era clase media.

Voy casi tan a peor y estoy tan desencuadernado como la mismísima España, y vive Dios que no soy, ni de lejos, de los que lo está pasando peor. Muchos sabemos mucho de lo que es estar alarmado, señora, esa mezcla de hiper actividad e incapacidad para moverte cuando ves que se agota el oxígeno.

Así que cuidado con venirnos ahora con vuestro “Estado de alarma no puedo irme de puente que dolor que pena”.

Lo que sucede es que hasta ahora teníamos a más de medio país a salvo del contagio de la ruina, siquiera de respirar su hedor, de tiznarse con su mugre, de padecer con sus lamentos. Medio país largo que veía esto de la demolición de España, de su ser y su hacienda, como una cosa de pobres que llenaba los telediarios, como ruido de fondo, mientras ellos seguían a lo suyo. De puente a puente y tiro porque me lleva la corriente.

Qué se le va a hacer, siempre hay un pobre dando la lata en el telediario, no hay motivo para sentirse amenazado. Pero resulta, señora, que el pobre de pronto soy yo, o es su hijo de usted, o es su vecinísima del tercero duplicado. Y en verdad os digo que pronto será imposible no vernos ni saber de nuestros estados de alarma.

Algunos descubren ahora la alarma, a cuento de una preciosa batalla entre la crema de esa media España que ha vivido en le mejor de los mundos posibles, y unos cuantos de los suyos, de los que todavía “pueden”, de todos esos marianos que oyes, es dar las cinco de la tarde del viernes y ya están rumbo a las chimbambas con toda la familia a cuestas, porque yo lo valgo y el que que no pueda que se alivie sólo, hombre ya.

Y ahora voy yo con mis cinco euros en el bolsillo y me asusto de vuestra alarma, y me compadezco de vuestra desesperación. Ya te digo.

Porque aquí va siendo hora de empezar a hablar de lo mío y de lo vuestro, de los unos y los otros, de los de dentro y de los de fuera, de los que gozan trabajo, dignidad, justicia y privilegios, y de los que nos estamos comiendo los mocos mientras os vais de puente toda la familia a Nueva York, que en Navidad la ponen muy bonita, chico.

A mí vuestro estado de alarma me llega un poco tarde, me coge un poco de perfil, y me le suda desde aquí hasta Pamplona.

Miguel Pérez de Lema
Proscritosblog

Un comentario:

  1. Quizá no se den cuenta, pero vivir en un Estado de Alarma no consiste en que a los controladores les hayan reducido sus derechos de ciudadanos. Es que a TODOS nos restringen los derechos cívicos.

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