Estábamos las cuatro en la misma cama. Mi voz era serena, iba enganchando significados poco a poco en la oscuridad de los ojos hasta el filo del camino en las horas, hasta la fuerza bestial contra el cansancio. Desgajamos el pasado con sus gritos sin refuerzo y el sabor de su dual rebeldía. Cerramos las cicatrices con nuestras propias venas porque el futuro nada sabe si uno no se lo recuerda. Los secretos de la memoria leyeron en el instante preciso lo que fuimos haciendo con los días para dejar caer las auras en descuido. Hicimos que las piedras hablaran sobre el sol y la tormenta, hasta que la mano de la risa trajera sólo lluvia, refrescando las puertas de las almas. Al final brillaron las estrellas en el techo del cuarto, se fueron quedando dormidas, y comprendí como es que algunos mueren lento por inanición.
Ángeles Nava Martínez