Cuentos estivales (XLIII)
Las lágrimas de San Lorenzo
Estábamos algo revoltosos los zagales aquella noche. Zangoloteábamos corriendo en torno al murete del atrio y perturbábamos la tranquilidad dominante de la tertulia y de la partida de tute. -Me dijo mi pupilo, mientras acariciaba mi lomo.
Así que, los adultos pusieron rápido freno a aquel revoloteo infantil, llamando su atención.
-A ver, jovenzuelos -dijo el tío Carlos, con firmeza- venid para acá. Y los niños se situaron rápidamente a su alrededor.
-¿Sabéis qué día es hoy? Hoy es San Lorenzo, que fue martirizado y condenado a morir asado en una parrilla, como un lechón. Y esta noche, mirando al cielo, se ven cruzar sus lágrimas por el sacrificio.
-Y también es la efeméride de la Batalla de San Quintín, dijo el tío Emilio, con tono épico.
-Allí se enfrentaron, en 1557, en tiempos de Felipe II, los ejércitos de España y del Ducado de Saboya, contra los franceses. -Dijo el abuelo Basilio. San Quintín es un pueblo del Norte de Francia y con su asedio tuvo lugar el enfrentamiento bélico que supuso una aplastante victoria de España y el inicio del camino hacia la paz, que se firmó, dos años después tras que, de nuevo, España venciese a los franceses en la batalla naval de Gravelinas.
Con esta victoria, la Casa de Austria alcanzó a ser la primera potencia mundial y, en su memoria, Felipe II mandó construir el monasterio de San Lorenzo, en el Escorial, pues la batalla tuvo lugar tal día como hoy, diez de agosto, que es su festividad. -Concluyó.
-¿Y por eso llora San Lorenzo? -preguntó mi pupilo, algo perplejo porque al santo no le gustase la gran victoria.
-No, no. Aunque pudieren no faltarle razones, porque en el despliegue de tropas que ordenó el rey español, el Duque de Alba condujo a su ejército hasta Roma; y, aunque tenía órdenes expresas de evitar un nuevo saqueo de la ciudad como en 1527, a finales de agosto sitió la ciudad y bombardeó sus murallas. El 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Cruz, el Papa Pablo IV se rindió.
-Pero, no. San Lorenzo llora esta noche, según la leyenda, por su martirio. Un martirio horrible pues murió asado. Pero en realidad, es el polvo de la cola de un cometa, que atraviesa en su trayectoria de traslación la Tierra y vemos como estrellas fugaces al entrar en la atmósfera y desintegrarse. Se les llama perseidas, porque se concentran sobre la constelación de Perseo, hacia allí, señalando con el dedo al cielo. -Terminó de explicar, el abuelo Basilio, muy en su papel de Maestro nacional.
-Y si veis una, pedid un deseo, que se os cumplirá. -Advirtió la tía Agustina.
-Así que, poneos a mirar al cielo y a ver quién ve más lágrimas. -Ordenó el tío Carlos, a fin de tenernos entretenidos y poder mantener en sosiego aquella reunión de tertulia y naipes, sin que les alteraran los niños aquel apacible momento con sus correndillas y juegos.
-Y los críos nos tumbamos sobre el poyete del atrio boca a arriba, mirando al cielo y tratando de ver las más estrellas fugaces posibles, en una noche de un cielo sereno y nítido, propicio para aquel entretenimiento. Y, cada vez que veíamos una estrella fugaz, pensábamos en un deseo infantil.
-Nos asomaremos un poco a la terraza, Cholo, a ver si podemos ver esta noche alguna también nosotros. -Me ha dicho mi pupilo.
Estuvimos un rato al fresco con la luz apagada, aunque poco vimos, pues las nubes dejaron escasos claros.
(Continuará).
Gregorio L. Piñero
(Foto: el “Asedio de San Quintín”).