Juan de Gea «El corredor». Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XXVII).

Hoya de Don Gil- Casa del prior

 

Juan de Gea «El corredor»

       La última excursión que hicimos con Don Pedro fue a la “hoyaongil” (“Hoya de Don Gil”) -comenzó a contarme anoche mi pupilo- pues al día siguiente se marchaba a pasar unos días a Alicante, con una de sus hijas.

       Es un paraje que forma una vaguada entre montañas, que posee un microclima especial. En ella se cultiva con éxito la vid y frutales de especial cuidado que, en otras zonas de Burete, no sería posible climáticamente.

       -Aquella mañana, después de la caminata y de las correspondientes explicaciones del buen maestro en lo relativo a la flora que nos encontrábamos según la altura de las montañas, desde los pinos carrascos, que son los de hábitat en menor altitud, hasta los pinos silvestres en lo más alto de las cimas, pasando por los piñoneros, de los que recogíamos sus piñas caídas en el suelo; nos sentamos a la sombra de un grupo de impresionantes cipreses y varios pinos, para dar cuenta de nuestro almuerzo, esta vez consistente en nuestro habitual pan y tomate y, especialmente para la ocasión, Don Pedro había repartido unos trozos de salchicha imperial lorquina (de «Los Quijales») y unas jícaras de chocolate («Supremo»), para que sirvieran de “banquete” de despedida.

       Y, a la fresca de aquella sombra, se dirigió a mi pupilo y le preguntó:

       -Gregorito: hablamos de tu apellido Piñero. ¿Pero qué sabes del de tu abuela Ana, la fallecida madre de tu padre? ¿Qué sabes de la historia de los De Gea?

       Y mi pupilo, que incluso estaba confuso con eso de tener dos abuelas, por aquello de las segundas nupcias cuando enviudó su abuelo, no supo qué contestar.

       -Pues, caballerete, que sepa usted -le dijo Don Pedro, muy ceremonioso- que desciende de uno de los héroes de Cehegín. Y, su acto heroico más famoso se produjo -precisamente- en estos llanos.

       -En una de las muchas cabalgadas -prosiguió- que hacían por estas tierras los moros de la zona de Huéscar sobre el siglo XIII, en tiempos de Alfonso X el Sabio, se adentraron en estas tierras y, tras saquear Coy -dijo mientras señalaba a Mediodía- y se llegaban hasta aquí, un pastor los vio y corrió a avisar a los de Cehegín.

       Juan de Gea era uno de los lanceros de la guarnición y, en tanto que desde el castillo se mandó razón de auxilio a Canara y Caravaca, para que aportaran caballeros e infantes, Juan de Gea, tomó su caballo y lanza y se ocultó entre los árboles de esa montaña, subiendo sin parar de correr esa cuesta que veis ahí y que se llama “del reventón”, porque su ascenso, revienta a hombres y caballerías. Cuando vio llegar a los moros, aun desconociendo por donde andarían las tropas de Cehegín y Caravaca, comenzó a gritar desde su escondite, sin que pudiere verle el enemigo: ¡A mí caballeros! ¡Corred! ¡Apresuraos! ¡Por la victoria!

       -Y los sarracenos, sorprendidos, creyendo que se les venía encima una mesnada numerosa y aguerrida, dieron la vuelta y salieron corriendo para regresar sobre sus pasos. ¡Vamos! ¡Que son pocos! -gritaba el lancero, cabalgando tras de los moros, que no se atrevían a pararse a mirar atrás, abandonando su botín de enseres, riquezas, reses y esclavos.

       Cuando los sarracenos trataron de reaccionar, y detuvieron su huida, se les vino encima la hueste de los caballeros e infantes que ya habían alcanzado esta llanura, derrotando definitivamente, con gran arrojo, a los autores de tan fracasada algara.

       Fue la hazaña de tal fama, y su carrera tan admirable, que se le apodó el “correor” y un romance la recuerda, y que empieza diciendo:

Por el valle de Burete/

un pastor deja el rebaño/

por el río Quípar cruza/

por el Quípar ya ha cruzado;/

por las calles de Cehegín/

altas voces llegan dando:/

“¡Alarma, Alarma, vecinos;/

alarma, alarma cristianos! /

que por el Campo de Coy/

ya están los moros entrando…

 

       -En su memoria, el Concejo de Cehegín le dedicó una calle. Así que ya sabes, Gregorito: tanto piñeros como de geas, fueron grandes héroes de entre los caballeros medievales. Concluyó el maestro.

       -Al regreso, entre bromas, los zagales gritábamos ¡a por ellos, que son pocos! Y yo, Cholo, no cabía en mí, en la satisfacción de saberme descendiente de tan valerosos hombres.

       ¡Y vamos a la cama! Con estos cuentos se nos hace muy tarde y mañana hemos de salir a dar un buen paseo temprano, antes de que haga calor.

       (Continuará…)

Gregorio L. Piñero

 

Nota: para la redacción de este cuento, me ha sido de gran utilidad para refrescar los recuerdos, el magnífico relato de Antonio González Noguerol, en su blog “Desde mi buhardilla mesonzoica

(Foto: Cortijada “del Prior”. Hoya de Don Gil. Cehegín. Mapio.net)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *