Impulsos de delicia.
Los poetas actúan y escriben casi siempre como una especie de mirlo en extinción que colecciona cosas brillantes y algunos poemas, algunas de esas cosas brillantes que encontramos al escribir o al pensar o al sentir, hacen las veces de sobres azules y preciosos en los que pone la palabra: «Pista». Y esas «pistas» te ayudan a saber ser feliz, a encontrar el sentido y a ver mejor y más hondo lo que ocurre de verdad en La Tierra. Producen un placer intelectual inigualable. Son incluso de una belleza exquisita y recóndita que te pertenece y a la que es muy difícil llegar ni con droga, ni con chocolate, ni con deporte, incluso ni con amor o con sexo, aunque «Eros sea más». Sin esas cosas brillantes y sin esas «pistas» la vida sería mucho más pobre y amputada de algo, y algunos no sabríamos vivirla, nos perderíamos en ella como gatitos recién nacidos o como tristes herbívoros pacientes a los que se les hubiesen borrado todos los caminos o se les estuviese secando el agua de los ojos. Quienes escriben o leen poesía hallan algo esencial que los demás tal vez no encuentren nunca y eso es un don, un pilar, un tesoro, un complemento vitamínico para las almas que saben que la vida no basta y que un libro es a veces un hermoso lugar donde sentirse vivo. Uno puede llegar incluso a enamorarse para siempre de un poema, a no olvidarlo jamás. Por eso, cuando escribo poesía, sé que es sagrado y sublime lo que siento y que lo que quiero decir es dulce y delicado como la lluvia que resbala en el cuello de un cisne y aunque el dolor exista y el tiempo me devore, en un instante así es muy difícil estar en desacuerdo con tu Vida.
Miguel Sánchez Robles
(Habitaciones de existir)