Diario de un náufrago (XXIV)
KEATS INTENTA DESPEDIRSE DE FANNY
Fanny, no soy capaz de abrir tus cartas, a pesar de que todas las recibo como si estuvieran perfumadas por el rocío de los placeres que nos visitó otras veces en nuestras largas ausencias. Fanny, ahora no tengo el valor suficiente para leerlas porque, si lo hiciera, al ver tu letra caería en una sima tan profunda que ya nunca más vería la luz. Y a pesar de todo, necesito la luz… y tu recuerdo que, como una lanza sin dueño, se clava en el más profundo de mis anhelos. Quiero volver a verte y estar a tu lado y, juntos, tejer una tela de araña de la que nadie nos pueda extraer. A veces, tu presencia se me hace tan necesaria que la falta de aire no sé si es debida a mi enfermedad o a tu ausencia. Cuando esto me ocurre, la locura siempre acaba huyendo de mis entrañas, y el escaso margen de cordura que aún le queda a mi mente me recuerda que si te volviera a ver sería el fin. ¡Fanny, compréndelo!, porque si eso sucediera, todas las caririas que no he podido darte caerían sobre mí como una cascada de piedras; y el recuerdo de los dulces besos que de vez en cuando nos dábamos robándole el espacio a la desesperación serían el más eficaz veneno contra mi marchita salud. Fanny, bien sabes que mi conciencia no me permitió poseerte, pero debo confesarte que aún pervive dentro de mí una especie de deseo que se escapa por la rendija del tiempo y que, como un ladrón que conoce el camino, se traslada al otro lado de la ética y la realidad, y te acoge en un abrazo infinito que termina en el más apasionado de los placeres; ese que busca refugio bajo un sustento efímero y fugaz como la turbación de los amantes que, ausentes, se envuelven en una interminable batalla de caricias y gemidos.
Fanny, tu recuerdo es mi tormento, aunque bien sabes que fue a ti a quien acudí cuando necesité paz y sosiego. ¿Recuerdas? En nuestra fortaleza de transparentes paredes habitamos los tres en silencio: mi enfermedad, tú y yo; y dándonos la mano caminamos por profundas arboledas que cobijaban nuestros sueños. Tumbados sobre el diván difuminamos nuestros deseos con tímidas caricias y fugaces besos. Entonces, la luz lo era todo, porque iluminaba nuestros encuentros, y sin embargo ahora… Entonces todo ocurrió como en un sueño, donde la memoria del tacto y su estela se apagaban con la mañana, al despertar. Entonces necesitamos fingir que volveríamos a vernos en primavera, justo cuando el tallo de las margaritas se mueve al compás de las olas del viento, en un lecho de mar bajo el que sustentan las verdes praderas de nuestra Inglaterra.
Fanny, ya no nos queda tiempo para ver crecer los manzanos en nuestro jardín, y ni tan siquiera para recoger las flores silvestres que crezcan sobre su tierra. A pesar de todo, a mi falsa careta de héroe todavía le queda la suficiente dignidad para permitirle a mis más íntimos anhelos alojarse dentro de ti, y concederle a mis sueños un último deseo… «No me atrevo a fijar la mente en Fanny, no me he atrevido a pensar en ella. El único consuelo que he tenido fue pensar durante horas en guardar en un estuche de plata el cuchillo que me dio, el cabello en un medallón, y el librito en una red dorada… Dele a leer esto. No me atrevo a decir más… Sin embargo no crea que estoy tan enfermo como pueda parecer por esta carta, porque si alguien nació sin la facultad de la esperanza, ese soy yo…
¡Adiós Fanny! Dios te bendiga.»
Fanny, espero que entiendas el devenir de mis pensamientos. Ya no puedo verte, y menos, poseerte. Tú ahora formas parte de mis recuerdos, y en estos momentos no puedes ser el objeto de mi amor. He tardado mucho tiempo en darle forma dentro de mí a este nuevo sentimiento, pero en este instante, todo me parece tan claro como un amanecer de primavera. ¡Yo te amo, Fanny!, pero la desazón de mi alma está íntimamente unida a la persona que abandoné en Inglaterra, y a las manos que atendían los sinsabores de mis fiebres y la necesidad de mi piel cuando buscaba tus caricias. Tu tacto, tu olor, tu mirada ya no son, porque fueron otros; los de nuestro último y más largo e íntimo encuentro. ¿Recuerdas?, entonces estábamos solos tú y yo, en la inmensidad de la nada, donde el espacio era gobernado por nuestros sentidos, y donde los poemas recitados al aire llenaban nuestros silencios. Esa es la esencia de tu recuerdo, revivir mediante la palabra los versos que tú me inspiraste. La última razón de todos ellos fuiste tú, Fanny, que mientras marchabas agazapada tras la belicosidad de tus fiestas y la libertad de tus sentimientos, yo te intuí en la sonoridad de tu dulce verbo. Nada me produce mayor placer que escucharte recitar uno de mis versos, lejos de todos y poseída por el infinito de un horizonte que no conoce a nadie más que a ti y a mí. «Mi niña más querida:
Quisiera que inventaras algún medio para hacerme feliz sin ti. Cada hora me concentro más en tu persona; el resto no sabe a nada en mi boca. Me resulta casi imposible ir a Italia… es que no puedo dejarte, y no gozaré jamás de un minuto de contento mientras la suerte no se digne dejarme de verdad vivir contigo. Pero en esta forma no saldré adelante. Una persona sana como tú no puede concebir los horrores que sufren unos nervios y un temperamento como los míos. ¿A qué isla proyectan irse tus amigos? Me sentiría feliz de ir allá contigo, pero solos; las calumnias y los celos de los nuevos colonos que no tienen otra ocupación que esa para distraerse, son insoportables. Mr. Dilke vino ayer a verme y me causó mucho más sufrimiento que placer. Nunca podré tolerar la compañía de cualquiera de los que se reunían en Elm Cottage y en Wentworth Place. Los dos últimos años saben amargos a mi paladar. Si no puedo vivir contigo, viviré solo. No creo que mi salud mejore mucho mientras esté separado de ti. Y por todo eso no quiero verte… no puedo soportar los rayos de la luz y volver luego a mis tinieblas. No me siento ahora tan desdichado como lo estaría si te hubiese visto ayer. ¡Ser feliz contigo parece tan imposible…! Requiere una estrella más afortunada que la mía… No lo será jamás. Incluyo aquí un pasaje de una de tus cartas que desearía que modificaras un poco… Deseo (si así lo quieres) que la cosa me sea dicha con frialdad. Si mi estado lo tolerara, podría escribir un poema que ronda mi memoria, y que sería un consuelo para amantes en la misma situación que yo. Mostraría a alguien tan enamorado como yo, de una persona viviendo con tanta libertad como tú. Shakespeare resume siempre las cosas del modo más soberano. El corazón de Hamlet estaba henchido de la misma desdicha que el mío, cuando dijo a Ofelia: “Vete al convento, vete, vete”. Sí, quisiera renunciar a todo de una vez, quisiera morir. Estoy asqueado del mundo brutal en el cual sonríes. Odio a los hombres y más a las mujeres. No veo más que un futuro de espinas… Dondequiera que yo esté el invierno próximo, en Italia o en ninguna parte, Brown seguirá viviendo cerca de ti, con su conducta inconveniente… No veo perspectiva alguna de reposo. Supón que esté en Roma… pues allí, como en un espejo mágico, te estaré viendo ir y volver a la ciudad a toda hora… Quisiera que pudieses infundir en mi corazón un poco de confianza en la naturaleza humana. Yo no puedo alcanzarla… el mundo es demasiado brutal para mí. Me alegra saber que hay tumbas… estoy seguro de que solo en la mía conoceré el descanso. En todo caso tendré el gusto de no ver más a Dilke, a Brown, o a cualquiera de sus amigos. Quisiera estar en tus brazos, lleno de fe, o que un rayo me fulminara.
Dios te bendiga
J.K.»
Que me parta en dos el viento de tu recuerdo… y me lleve lejos… tan lejos que no me sea concedido el don de la memoria. Quiero vivir solo, sin memoria… ni recuerdos… Quiero ser el poeta del olvido que, por no añorar, no extraña ni sus versos. Fanny, apiádate de mí y abandona el fondo de mi alma… para siempre.
Extracto de la novela, Los últimos pasos de John Keats, de Ángel Silvelo Gabriel.