Diario de un náufrago (III)
17 de septiembre de 1820. Puerto de Gravesend. A bordo del bergantín de vela Maria Crowther, desde el que partirán rumbo a Nápoles.
“Si firme y constante fuera yo, brillante estrella, como tú”… es el inicio del último poema que John Keats escribió el 28 de septiembre de 1820, mientras se alejaba de la isla de Wight, un lugar que le colmó de felicidad en 1817 y donde compuso su largo poema épico Endymion, famoso por su verso inicial: “algo bello es un goce eterno”. Sin embargo, en esta última ocasión, el destino era otro, y le servía al poeta para poner distancia de por medio con su añorada Inglaterra y con su amada Fanny Brawne, destinataria de estos últimos poemas si exceptuamos los que escribió por pura desesperación en el puerto de Nápoles durante la cuarentena que le obligó a estar encerrado en el navío Maria Crowther durante diez días.
El viaje a Italia era la última oportunidad de conquistar lo imposible, que en su caso, era buscar una posibilidad de sanar de la tuberculosis que persiguió como una epidemia a varios miembros de su familia (a su madre, a su hermano Tom y a él mismo), por lo que podríamos definir su accidentado periplo por el mar que le llevaría hasta Nápoles, como de una huida hacia adelante, en la que el sol y la bonanza climatológica serían sus recompensas. Un premio que nunca llegó a obtener, porque Roma, su destino final, se convirtió en la máxima expresión de la ausencia de capacidad creativa a la que la enfermedad le postergó. Roma, cuna del arte y la belleza, fue la antítesis de sus dotes poéticas, donde la contemplación era el auténtico camino hacia la belleza. En este sentido, Roma para Keats fue una especie de cárcel con barrotes de oro, y también, la máxima expresión de la libertad que él solo alcanzó con la muerte. Víctima de la desesperación que la tuberculosis le producía, y que la distancia que le separaba de su amada Fanny Brawne le aumentaba, cayó como un soldado que se erige en el héroe de su propia derrota.
Antes de llegar al puerto de Nápoles, el 1 de octubre el barco tomó tierra en la bahía de Lulworth o en la bahía de Holworth, por culpa del temporal que asolaba el canal de la Mancha. Allí, John Keats y Joseph Severn desembarcaron. Y de vuelta a bordo del barco, Keats hizo las revisiones finales de Bright Star. El viaje, en sí, fue una pequeña catástrofe, debido a las tormentas —seguidas de una calma absoluta— que ralentizaron el avance del barco.
“…pienso, para darle un merecido descanso a mi alma que, en esta ocasión, aunque mis ojos no contaban con el auxilio de los árboles teñidos de rojo para saborear el letargo de mis sentimientos, fueron conquistados por un mar pigmentado de azules verdosos que, a modo de aguja, tejieron mis sueños. Y lo hicieron hasta que esa capa, con la que cubrí en vano mis temores, un día fue descubierta por Severn que, para tranquilizarme, me dijo que no perdiera el tiempo intentando imaginar árboles despeinados sin hojas, porque en mitad del océano me tenía que dedicar a diferenciar el viento suave y cálido del brusco y frío. Lejos de adivinar el designio de los consejos de Severn mi falta de conocimientos marinos me aisló por completo de ese gozo eólico. A pesar de todo no desfallecí, y lo intenté de nuevo buscando en el fondo de mi memoria, y repasé los múltiples contratiempos que nos dificultaron el paso por el canal de la Mancha como antesala del temporal que nos persiguió a lo largo y ancho de la bahía de Vizcaya, lo que me llevó a exclamar: «el agua se separó del mar» (frase que pronunció Keats durante la travesía en barco a Italia, a su paso por la bahía de Vizcaya, cuando en plena tormenta un súbito vaivén del barco inundó su camarote de agua). De ahí, pasé a leer la descripción de la tormenta del Don Juan de Byron, pero en ella tampoco encontré lo que buscaba, hasta que tropecé con Homero que, en la Odisea, concebía un mundo que estaba rodeado por Océano, padre de todos los ríos, mares y pozos.
«Épica odisea», pienso; una majestuosa aventura que no es la mía, pues yo no regreso a mi casa, sino que huyo de ella. «He de morir lejos de mi lúgubre Inglaterra, al lado de naranjos que difuminan las sombras con una fragancia de azahar que suaviza el olor de la muerte», le digo a mis pensamientos.
Extracto de la novela, Los últimos pasos de John Keats, de Ángel Silvelo Gabriel.
“Si firme y constante fuera yo, brillante estrella, como tú” es el último poema que escribió sobre una página en blanco de un ejemplar de los Poemas de Shakespeare que, días antes de su muerte, había dado a su amigo y compañero de viaje Severn.
SI FIRME Y CONSTANTE FUERA YO, BRILLANTE ESTRELLA, COMO TÚ
Si firme y constante fuera yo, brillante estrella, como tú,
no viviría en brillo solitario suspendido en la noche
y observando, con párpados eternamente abiertos,
como paciente e insomne ermitaño de la Naturaleza,
las agitadas aguas que en su sagrado empeño
purifican las humanas costas de la tierra,
ni miraría la suave máscara de la nieve
recién caída sobre los montes y los páramos;
no, aunque constante e inmutable.
reclinado sobre el pecho maduro de mi amada,
sintiendo por siempre su dulce vaivén,
despierto para siempre en dulce inquietud,
callado, para escuchar en silencio su dulce respirar
y así vivir siempre –o morir en el desmayo.
Poema del que Jane Campion cogió el nombre para su película sobre Keats titulada Bright Star (2009), y que escenifica sus tres últimos años de vida.
Ángel Silvelo Gabriel.