Alonso Fajardo «El Bravo». Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XV).

Alonso Fajardo

Alonso Fajardo «El Bravo».

 

       Cuando de nuevo Don Pedro, el Maestro, nos anunció excursión para el día siguiente, nos pusimos muy contentos. Así que, de buena mañana, estábamos todos a la hora fijada en la puerta de la escuela de Burete, para una nueva aventura. –Me ha empezado a decir mi pupilo. Me he sentado junto a él, dispuesto a escucharle dejándome acariciar mi cabeza y espalda.

       Fueron esta vez hasta el cerro del Paraíso, en cuya cumbre las vistas son hermosísimas, contemplando los valles del Quípar, a un lado, y el de Burete, al otro. Y, como solían hacer, se sentaron bajo la sombra de un gran pino, a reponer fuerzas. Esta vez, además de pan, tomate y las olivicas negras, también llevaban unos chorizos que estaban espectaculares. Y por supuesto, agua.

       -Estoy en deuda con vosotros. Os debo la historia del Alonso Fajardo, “El Bravo”.  Les dijo el bueno de Don Pedro.

       -¿El yerno del tatatatatatarabuelo del Gregorito?, preguntó la Marujica, que recordaba bien la historia de Martín Piñero.

       -¡Exacto! ¡Muy bien! –Le felicitó el maestro.

       Don Pedro era un verdadero prototipo de su profesión. Vestía de americana –roída por el tiempo- aún en los momentos de más calor. Con sombrero de paja, sus ademanes eran ya de por sí, una lección. Gozaba de una memoria envidiable.

       Y es que sombrero de paja, llevaban todos. Los de los niños eran unos sombreros con barboquejo y copa semiesférica, con amplia ala circular. Protegían bien del Sol y eran frescos,

       -Alonso Fajardo –prosiguió el profesor- era hijo de Gonzalo Fajardo, comendador de Moratalla, y de Isabel Porcel. Casó con la hija de Martín Fernández Piñero, “el caballero del brazo arremangado” (del que ya os hablé), María Piñero. Fue Martín quien le armó caballero en la Torre Alfosina de la fortaleza lorquina, sustituyéndole como su alcaide.

       Tuvo con María siete hijos, como también os comenté: cuatro varones y tres mujeres. Y fue conocido como “El Bravo” por su valentía y decisión, como bien acreditó en la batalla de los Alporchones.

       Entre 1451 y 1452, los moros granadinos saquearon el campo de Cartagena, capturando más de 40.000 cabezas de ganado, y haciendo esclavos a familias enteras. Intuyendo que los granadinos regresarían por tierras lorquinas, como alcaide de Lorca, pidió apoyo a varias plazas del reino, acudiendo mesnadas de Aledo, Caravaca y Murcia, sumando en total 300 caballeros y unos 2000 infantes, acampando en el campo lorquino de Los Alporchones

       El 17 de marzo de 1452 se entabló el combate. Aunque la sorpresa dio cierta ventaja a Fajardo, el caudillo sarraceno, Malik ibn al-Abbas (Alabez), se rehizo por dos veces. Entonces el alcaide, buscó el batirse en duelo singular, luchó contra él, derribándole del caballo y  lo tomó por prisionero.

       Con la captura del capitán moro, las tropas se desmoralizaron, abandonando el botín de su algara y siendo perseguidos hasta Vera, causando muchas bajas a los enemigos.

       Como el día de la batalla es la festividad de San Patricio, se le declaró santo patrón de la ciudad de Murcia y se le levantó una iglesia en Lorca sobre la que en 1533 se situaría la actual Colegiata de San Patricio.

       De los Faxardos (del árabe “faxchard” o cerro fuerte) gallegos, señores de Santa Marta de Ortigueira. Presumía que tanto su “agüelo”, como sus seis hijos y nietos (él entre éstos), vencieron en “(…) diez y ocho batallas campales de moros y ganado trece villas y castillos en acrecentamiento de la corona real de Castilla (…)”.

       Se enfrentó a su sobrino. Pedro Fajardo. Porque consideró que le había arrebatado sus derechos sobre el Adelantamiento de Murcia, pues le correspondía por primogenitura a su padre.

       -Además –y esto creo que fue lo que más le perjudicó, afirmó Don Pedro- se enroló en las intrigas que la nobleza planteaba para debilitar a los reyes Juan II, primero y Enrique IV, después, tomó parte por los Infantes de Aragón, y también apoyó al condestable Álvaro de Luna. No acertó en ello, pues las pretensiones de estos nobles no triunfaron.

       Así que Enrique IV no aceptó su petición de justa reivindicación del Adelantamiento, que ostentaba su sobrino y, hostigado por éste, se refugió en la fortaleza de Caravaca.

       Y en ella, escribió a Enrique IV la más bella carta medieval española, donde se atisba ya el Renacimiento, y que inspiró –incluso- a al gran Lope de Vega, fénix de los ingenios, el romance del “juego de ajedrez” de su comedia “Los Fajardos”.

       En Caravaca (“de mis villas de la Cruz, a veinte de agosto», reza la ante firma de la carta). Escribió, entre otros varios párrafos, estos de belleza inigualable:

       “Señor: A par de muerte me es escribir a vuestra señoría tan larga y tan enojosa escritura: mas como los fechos míos cada día empeoran, ya la ira vuestra contra mí crece sin razón y justicia, me es forzoso decir claro a vuestra señoría el fin y determinación mía; y porque de ella no puedo huir mi corazón llora sangre, y por la pena y trabajo que mi alma recibe, me deseo la muerte (…)”.

       Continuando: “O rey virtuoso, soy en todo desesperación; soez cosa es un clavo y por él se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero, y por un caballero una hueste, una ciudad y un reino”.

       Pero el rey no hizo caso de tan bella súplica, y mandó real cédula a su sobrino por la que daba “autoridad y facultad y poder cumplido al Adelantado Pedro Fajardo para que por su persona y con aquellas gentes de caballo y de pie que él entendiere que cumple, vaya contra el dicho Alonso Fajardo”.

       El 7 de diciembre de 1461, rindió la plaza de Caravaca, donde falleció, al parecer, en 1463. –Concluyó, Don Pedro.

       Y al regreso, los zagales, comentábamos impresionados que aquello del Rey fue una injusticia. -Una más, Cholo, de las de la Historia de España. Y probablemente, la razón por la que no somos marqueses. –Dijo mi pupilo, mientras apagaba las luces, tomaba mi cama y se dirigió al dormitorio, para acostarnos. Yo le seguí.

       -Al menos, original sí que fue la carta. Aunque poco efectiva -pensé. Y me dormí.

(Continuará).

Gregorio L. Piñero

    (Foto: Grabado de Alonso Fajardo realizado por el pintor lorquino Manuel Muñoz Barberán.).

 

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