Acerqué mi boca lentamente,
a la matriz mojada de tu vientre,
y estremecí al calor de tu cintura,
cuando en tu monte plácido que cura,
clavé sin furia
el puñal de mis deseos.
Dejé pues, en tus clamores
puros, cual de rocío canciones,
la estela indescriptible de mi carne,
el amparo febril de mis pasiones.
Mi corazón conmovido, se conmueve,
tu calor me entrelaza entre vaivenes
y soy tuyo en esta tormentosa noche,
y mía eres para siempre en mis visiones.