Icono del sitio III Certamen Poemas Sin Rostro

8- Culto. Por Copán Galel

Dos mil cinco,
noviembre,
Ahmed Jatib, fulguraba su niñez
de doce años en el campo de refugiados de Jenín
y fue alcanzado por disparos del ejército israelí:
murió tres días más tarde en el hospital de Haifa.

Todo el silencio del mundo no cabe en una bala,
ni la mínima rabia en una lágrima.

Su padre Ismael Jatib, es más que llanto en el silencio.

Mecánico,
cuarenta años
humano,
como puede serlo un José Martí:
cree en otras herramientas de la política
y dona los órganos de su hijo a pacientes israelíes
“para acercar los corazones de israelíes y palestinos
y conseguir la paz”.

El corazón de Ahmed
fue trasplantado a una niña
de origen druso,
Samah Gadban, de doce años.

Sus riñones a un niño de cinco,
y sus pulmones a otros dos:
uno de cuatro y el otro de cinco.

Y aunque los disparos israelíes
se alargan,
Ismael guarda a su hijo con vida
moviendo la vida de otros pequeños.

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