He florecido…
en el páramo vacío de mí misma
y espantado los inviernos
-anegados y profundos-
que en la desolada y desvalida estepa,
helaban sin piedad mi siembra.
Me he despojado de tinieblas
y he dejado el corazón
desguarecido;
alguna que otra vez, incendiado, apasionado
y en otras… moribundo o afligido.
Aún así, glorificado y obstinado
permaneciendo vivo.
He despertado en el cieno y adormecido delirios.
He transmutado los sueños
– pertrechos persistentes-
que resisten tenaces al olvido.
Y aún así, he florecido…
en el desierto sediento de mí misma
camuflando verdades o aprendiendo a vestirlas,
trocando al fin, inconsecuente
experiencias estériles y añejas,
por nuevas semillas.
He desplegado las alas
para alejar convicciones y certezas
pesadas o inútiles.
He destilado halagos y juicios destemplados
sin obnubilarme, ni hundirme.
Y volver a empezar
aprendiendo una vez, y otra vez
que florecer es sencillo – y posible-
pero no, en tierras viejas.
Que navegar es factible
con el velamen de los sueños alto
aunque cargues el ancla
del pasado a cuestas.
Para encontrar al fin la tierra fértil
que espera nuestra conquista
y anhela una renovada siembra.