Recurrí a los libros pensando
Que al fin encontraría la píldora de la inmortalidad:
Como la edad de la mariposa
Mi sabiduría se apagó en un instante.
Ya no descendieron los unicornios graciosos
Desde la bóveda insepacial de la noche,
No vinieron las quimeras a declamar al Dante,
No pisaron mi alfombra los más nobles centuriones,
Me fui quedando reducido a un fatuo encantamiento
Por el que perdí incluso mis dientes.
Estoy simplemente muerto, no quedan páginas,
Y a través de una grieta en la inmortalidad
Veo pasar los mitos y la ronda de la gnosis
En el viento sideral, como cometas,
Y mis libros no me sirven de espejo
Y ya decrépito dejé de mirar el mar
Y ahora me veo en la pluma que hice fuego.
Que arrojen las cenizas en el estercolero,
Que la piara escuche cantar al dios de los residuos,
Que trece sea el número de la eternidad.