Ahí en el pasto de esa plaza,
donde los amantes se revuelcan
por la noche desfilan las ratas.
Caricias que se tejen y crecen
a plena luz del día
bajo el tibio sol de la primavera.
Fértiles, jóvenes, ardientes
se prodigan desinhibidos arrumacos.
Como una postal, a sus espaldas,
se levanta la Catedral: pulcra y rojiza
(ruborizada quizás por el espectáculo).
Entonces
sobre el pasto de esa plaza
donde los amantes dan forma al verbo
por la noche corren las ratas.
Luego
cuando la luna ilumina
y proyecta la Catedral sobre la hierba
y mientras los amantes descansan
separados
entre cómodas sábanas con el fuego en suspenso.
Las ratas desfilan, corren y procrean
sin reparar (tampoco)
ni en edificios, cruces, ni santos.