Hoy camino cuesta arriba en este tramo de la vida.
Soy los días de arrebato alargando las esperas.
Soy ese mismo lugar que me infiere y adultera
pero, en su centro, mi paz es un adiós de guarida
que yo misma, breve y fatua, recompongo sin ayuda
en el trasluz de mi alma, que flota como un carozo.
Embelesada, soy maga que eleva su sollozo
aguardando a que, por fin, esa esperanza sacuda
la ronda de mis paredes, sin arrullos, sin destrozo.
Y, embaucadora cabal de mis propias emociones,
me voy deshaciendo en mí, en diversas ocasiones
en que me ajusto a un triste barrote de calabozo.
Vestida con un azul galardón de mansedumbre,
puedo observar al dolor, bien dispuesto en las alarmas
que, adentro de un viejo carro, me aguarda entre la calma
propia de algún paisaje de óxidos y de herrumbre.
Ya lo sé, es lo normal. Que un poema tan triste
deje un vaho oscuro, con aspecto desteñido.
Pero busco el escondite de un amor más colorido
o ese recuerdo infantil que en mi corazón persiste.
Por eso es que hoy camino cuesta arriba. Me apellida
un reflejo de cáncer extirpado, el fuerte impulso
de mi ofrenda, y de donde me he escapado. Siento el pulso
que descansa en la pendiente, vértigo que no olvida
a aquellos que yo quiero, y que son quienes prefieren
escalar blandas caricias cargando rostros serenos,
rondar entre las palabras, rimar con paisajes plenos.
A ellos, que son mi magia, que son canción que no hiere,
les deseo una tenue luz naranja, el principio
de los cambios, el final de la escalera de allá arriba.
Hoy soy mano que se extiende hacia el alma, afectiva
entre muertes renacidas. Soy, del verbo, el participio
cierto, en alegóricos labios que viven callando
huecos de fatigas, carbones de esencias, ayeres
buscando la savia, futuros que sueñan placeres.
Mi esencia es la rama que brota desde el suelo blando
en este lugar, del que no soy parte, remendado,
hoy camino cuesta arriba. La sombra me pesa menos.
Un antiguo amanecer se transforma en sol sereno
aquí adentro, donde estoy llorando, pero que es pasado.