El coral mascarón de proa otea,
para el casco albo, el hado de cautivos;
los galeotes corren, evasivos,
ocultos por la noche que se apea.
Fallido el motín; ¡lágrima despierta!
Atados al dorso del compañero,
su horizonte, impulsa el dócil remero
y el resto van, fluidos, por la cubierta.
El amo les proclama enloquecido:
«recordad cada brazada ahogada,
ignorad muchas palabras ajenas,
olvidad la esperanza del prendido,
queréis volver a la costa añorada,
pero no escaparéis, sólo habrá penas».
Espontáneo I: Agua que derramé inútilmente. Ya no hay sequía, pero, ¡hay que ahorrar!
Siete dones de tu luz, rayo hiriente,
luchan sobre esta solitaria encina,
que les cedió su efímera resina
y refugiaba a un fruto inocente.
Queda en sus cenizas, brusca y caliente,
la huella abisal de ese incendio en la espina
que aún alaba su esencia, entre neblina,
y el fuego avivará en su hogar cadente.
La centella virtuosa a que gemía,
pretendiendo centrarse en su tarea,
la carrasca ignora, e inmolaría,
al heraldo Agní y su testa maniquea,
para olvidarla y purgarse en la umbría,
sus memorias de florida ralea.
II: ¿Por qué destruir, para poder continuar, lo único que me queda?
El aliento de esa boca humeante
nace embriagado de grises figuras,
que inhala aquella conciencia anhelante,
mezclado con dudas torpes e impuras.
El viento arrastra la nube asfixiante
que entra al pulmón abierto a conjeturas
y, ahogado en el recuerdo azuzante,
niega al ojo la verdad sin fisuras.
Medita con los aires que absorbiste,
laringe cruzada, rugosa, henchida,
busca, exhala los que apesten a injuria;
inventa en los consejos que cediste,
cuya oferta versada fue escupida,
venganza punzante que hunda tu furia.
III: Una calada, una palabra, un recuerdo, mala hostia y un balcón
«Aguanta, sube, avanza, es tu camino»
piensa a cada paso, humilde victoria
que aplasta sin paladear la gloria,
en el siguiente ascenso cansino;
no revela sus dudas al destino
ni distingue aún su guía aclaratoria.
/\ Despeñado en la ventisca notoria,
añora, al caer, el refugio alpino.
En esa tierra quiebra impenitente,
de una cumbre impracticable y lejana,
el sollozo de la roca doliente,
y, del arnés que la experiencia hilvana,
el silbido duro, con su aliciente;
salvar la temeraria vida humana.
IV: Árido y herido por los elementos