Claridad del pincel atraviesa el lienzo
y trepa por un muro que boquea de sirenas.
¿Es Lucía quien duerme
en un bosque de lava?
¿La que pinta sobre la doble tela
inventa a la que palpa
el cielo raso
el mar
un puente de sandías?
Y Lilith, de su mano
como un pez diminuto
las divide, las une
durante cuarentaicinco lunas.
Ha sido el minutero inamovible
el que ondeó sin reposo en esos dedos:
arco de disparar el iris hacia cada color.
Lucía comió sombreros y bebió agua de tiempo
mientras Lilith le hablaba
de mujeres nocturnas
de regreso a la luz
oídas con la piel en los maitines
(una forma distinta de morirse lejanas
del Jardín del Edén
tal vez con menos agua y más tormento
el nudo
la corola
lo que hace a la flor nunca completa.)
-¿A quién buscas?
-Al odio. Es un hombre morado
que dormita en las islas encerrado en maíz.
-Ha muerto y vive en Isis:
laberinto de sangre hacia un azul sin puertas.
Y Lilith atraviesa la sombra de Lucía
en el fondo de un mar
pintado al óleo.