En los amaneceres, contigo,
los acantilados nos elevaban
sobre la inercia del mundo.
No sentíamos el vértigo del futuro,
y el mar era un lecho reposado
donde los sueños dormitaban.
Luego,
porque siempre hay un luego,
un aunque, un pero, un sin embargo,
como una espina, sin darnos cuenta,
nos sorprendió la tarde…
Alguien tropieza
en lo travieso de las sombras,
en lo ruinoso de la oscuridad.
Entonces fue la noche.
Y nuestros sueños, nada.
Sin ti, la vida es un estéril meditar
de lucha contra el tiempo.
Ahora los acantilados son jaula sin salida
que sangran desde la trama
al desenlace;
que se hacen verbo en la caída,
reñida ruina de rimas,
de culpas sin culpable.
Sin ti
los acantilados son orilla.
Una orilla
cercana y aplastante.