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31- Yo, Graciano, el señor Epoque y la señorita Cathy. Por Don Ata

               El señor Epoque y la señorita Cathy siempre hicieron bonita pareja. Él tan gallardo, tan flemático, tan reflexivo. Ella impaciente, impulsiva e impetuosa. Nacieron el uno para el otro, para unir fuerzas, para adorarse, complementarse y protegerse. Él y ella en una dimensión ajena al egoísmo. Él y ella en su mundo, y nadie más.

            Bueno, eso opinaba yo pero Cathy y Epoque veían las cosas desde otra perspectiva… «Sin ti, Graciano, no le encontramos sentido a la existencia». «Sin ti, cariño, adolecemos de ese sustento necesario que hace que el pecho palpite y circule la savia de la vida».

            «Amo a Cathy, pero te amo más a ti», sentenciaba, sereno, el señor Epoque. «Amo a Epoque y a ti también te amo, currutaco», rezongaba, ardorosa, la señorita Cathy.

            A despecho de la moral, a pesar del qué dirán y qué murmurarán y qué carajos más inventarán, a despecho de mis opiniones y de mis prevenciones en nuestro cosmos no había dos sin tres. Los tres siempre cogidos de la mano, los tres comiendo en el mismo plato, los tres durmiendo en el mismo cuarto. Cathy encima y yo en medio y Epoque debajo. Epoque cantando, Cathy danzando y yo buscando, sin encontrar jamás, la manera de eludir el abrazo vigoroso y terrible de mis dos amores, el modo de huir para dejarlos solos en su nido y así, libre, comenzar escribir mi propia historia.

2

            Primero fue el huevo, pero no estoy seguro de si luego del huevo fue el gallo o la gallina. Para dilucidarlo, habría que remontarme a la época de mi adolescencia, cuando aún no era el dandi del señor Epoque, cuando la señorita Cathy no era todavía mi concubina.

            Iba a la escuela, leía y estudiaba con aplicación. Quería ser físico y matemático, entender aquello del burumbún del big bang, desentrañar teoremas, ecuaciones y algoritmos.

            Pero, ¡qué va!, sin dinero es imposible aspirar a matricularse en la universidad. Así que, primero a conseguirlo trabajando como dios manda, sin aspavientos, con amor y con arrojo y a postergar el sueño de darse un chapuzón en los intersticios de la vía láctea hasta el día en que las ranas echen plumas en el espinazo.

            «Escoja usted, muchacho, su futuro. Vendedor de enciclopedias a domicilio o auxiliar tercero de oficina». «Lo segundo, padrino». «Está bien, pero deje tanta maricada, tanto jeribeque y tanta cara larga que no se le está condenando a comer mierda». «Gracias, padrino». «No hay de qué, ahijado. Aprenda, abandone esas ínfulas de infante de casa real y procure ahorrar dinero».

            Lo primero lo hice al pie de la letra. Aprendí a escurrir el bulto, a hacerme el de la vista gorda, a ver pasar la vida sentado en mi escritorio de auxiliar tercero de oficina, a fumar y a jugar al billar, a fumar y a postergar los sueños de juventud para las calendas griegas, a fumar y a vivir endeudado, a fumar y a cobrar el salario sin merecerlo.

            Cuando me acordaba del big-bang que no pude ni oler, me abrumaba, me deprimía y fumaba como una chimenea para calmar la ansiedad. No obstante, no lo lograba. La muy infame vivía pegada a mí como una lapa.

            Pasaron un año, un lustro y una década y otra década más, pasaron presurosos delante de mi escritorio y yo los vi marcharse encajando y bordando frustraciones, deprimido y cogitabundo, vacío y perdido en el tiempo y en el espacio.

            Quiso la vida y estuvieron de acuerdo el neoliberalismo y el Fondo Monetario Internacional en declarar inocuo, innecesario, costoso e ineficiente mi puesto de auxiliar tercero de oficina. Ignorando mi fuero sindical, mi dignidad, mi antigüedad y mi experiencia, sin indemnizare ni pedirme permiso, de un día para el otro el gobierno nacional me dejó sin escritorio y sin mesada. Lloré y pataleé, demandé y contrademandé, clamé por una nueva teta del estado pero no hubo caso. Me dejaron huérfano. Mis días como funcionario público negligente e impenitente eran cuestión del pasado.

            Proscrito y sin dinero, preocupado y desmadejado, ansioso y con la depresión a flor de piel fumé para encontrar la calma y el reposo y sólo hallé la duda y el tormento.

            La duda, el tormento y dos enfermedades crónicas que no me dejan en paz, que me atormentan de día y de noche, bajo el sol y bajo la sombra, en luna llena y en luna vacía, ella, una taquicardia perenne e impetuosa, mi señorita Cathy, él, un mal llamado enfermedad pulmonar obstructiva crónica, mi obtuso señor Epoque.

            Primero fue el huevo, es decir yo. Pero no estoy seguro de si la taquicardia fue la causa inevitable de mi vicio de fumar o comencé a fumar para tratar de aplacar el furor de mi corazón ansioso.

3

            A despecho de mi situación económica, de mi condición mental, de mi estado de ánimo, a pesar de que en esos momentos de vacas raquíticas me hubiera fascinado estar solo para pensar con calma y decidir mi suerte, Cathy y Epoque no me dejaron en paz. Ella encima tremolando, él debajo machacando, ella jineteándome y él cabalgándome, ambos amándome y jodiéndome, acosándome y desquiciándome, moliendo y taladrando la nave astrosa y frágil que habitamos los tres.

            Fueron días aciagos. Si me movía me agitaba y al agitarme, el corazón se me salía del pecho y demandaba dosis ingentes de oxígeno que mis pobres pulmones no estaban en capacidad de proveer. Corolario, dosis y más dosis de broncodilatadores, metilxantinas, cortiesteroides y más temprano que tarde tres días en el hospital conectado a un respirador mecánico.

            Si me quedaba quieto, la angustia de la inmovilidad, el estrés, la depresión, el infortunio me provocaban taquicardia, el corazón se me salía del pecho y demandaba dosis ingentes de oxígeno que mis pobres pulmones no estaban en capacidad de proveer. Corolario, dosis y más dosis de broncodilatadores, metilxantinas, cortiesteroides y más temprano que tarde tres días en el hospital conectado a un respirador mecánico.

            Si pensaba, si transpiraba, si fornicaba, si caminaba, si corría, si trotaba, si barruntaba, si imaginaba, si subía, si bajaba, si soñaba, si comía, si exigía, si me resignaba, el corazón, por la dicha o la pena o la condena se alborotaba y demandaba dosis ingentes de oxígeno que mis pobres pulmones no estaban en capacidad de proveer. Corolario, dosis y más dosis de broncodilatadores, metilxantinas, cortiesteroides y más temprano que tarde tres días en el hospital conectado a un respirador mecánico.

            En año nuevo y en año viejo, en navidad o en semana santa Cathy me atormentaba el corazón y Epoque me destrozaba los pulmones, y ambos reían y me decían que me amaban y me necesitaban y no me dejarían solo jamás de  los jamases.

            Preso de su abrazo, yo sólo podía esgrimir una defensa sosa, inhalar broncodilatadores, metilxantinas y cortiesteroides y más temprano que tarde marchar al hospital para conectarme a un respirador mecánico.

4

            Mi asesor bioenergético asocia el fenómeno de mi mejoría con la redención de mis chakras. Mi bruja de cabecera le da todo el crédito al ritual de lavado y remoción de sal al cual me sometió para curarme del mal de ojo. El sacerdote del pueblo lo relaciona con mi retorno al redil de la iglesia verdadera. Finalmente, mi médico personal estima que se debe a que dejé de fumar, abandoné la contaminada Bogotá por un pueblo chico de tierra caliente, apacible, verde y feraz. Sea lo sea, de un tiempo para acá la señorita Cathy morigeró su ímpetu, puso freno a su ansiedad, se tornó menos impulsiva, menos fogosa, menos caprichosa.

            Yo tengo mi propia explicación del fenómeno. Es sencillo, tiene que ver con el paso inevitable del tiempo. La señorita Cathy, quiéralo que no, ya no es aquella chiquilla loca y díscola, aquella lolita pícara y remolona que alguna vez se coló de rondón sin empacho y desnuda en mi habitación, haciéndome cocos y piruetas impropios de su edad, sin sonrojarse, sin inhibirse, amándome y matándome a diez mil pulsaciones por segundo.

5

            Pues sí, mis amigos, ese es el nuevo orden, el nuevo esquema donde se sazona y desarrolla el drama de mi vida. La señorita Cathy, sin dejarme me deja hacer. Truena y rezonga sin cesar a un ritmo que atosiga, es cierto, aunque no fulmina, no paraliza como durante mucho tiempo lo hizo conmigo y lo logró.

            El señor Epoque la encuentra ahora más bonita, más entrañable, más deseable. Me guiña el ojo, carraspea y sentencia con cachaza… «Graciano mío, ya era hora que la cabra chiflada sentara cabeza, sus brincos y cabriolas estuvieron a punto de matarnos más de una vez».

            Somos, cómo decirlo, tres amantes, más viejos, más serenos, más sabios, menos procelosos. Jamás nos separaremos, eso está claro y, la verdad, no podría imaginarme la vida sin Cathy y sin Epoque. Ellos, para bien o para mal, para mi vergüenza y mi desvergüenza fueron mi big bang, mi algoritmo, mi teorema y mi vía láctea.

            «Me voy a trabajar, hermosa Cathy. Cuida al bueno y gruñón del señor Epoque. Te traeré de regreso los chocolates que tanto te gustan y al señor Epoque le traeré un nuevo capote para la lluvia. Luego los tres nos meteremos bajo las cobijas y disfrutaremos juntos una de esas películas viejas de Bill Wilder».

            Pues sí, mis amigos, he vuelto a trabajar… Quién lo hubiera pensado, resulté con talento para escribir guiones empalagosos y escabrosos, de amores y pasiones imposibles. Mi drama titulado “tres amantes al filo de la navaja” acapara la atención de la pantalla chica a todo lo largo y ancho de mi país.

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10 Comentarios a “31- Yo, Graciano, el señor Epoque y la señorita Cathy. Por Don Ata”

  1. Bonsái dice:

    Don Ata:

    Buen relato. Una manera diferente de encarar los males. Reírse de una mismo y sus circunstancias es saludable.

    Un abrazo.

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  2. Sussan dice:

    Ingenioso modo de presentarnos la manera de hacernos amigos de esas enfermedades que nos asaltan sin preguntar primero para poder sobrevivir después, junto a ellas claro.

    Una prosa excelente.Enhorabuena.
    Yo de fumar no digo nada jeje
    Suerte

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  3. Lotte Goodwin dice:

    Muy original manera de convivir con uno mismo, con sentido del humor y arropado por un vocabulario rico, variado y luminoso. Me ha encantado, pero ni por esas me animo a dejar de fumar.
    Enhorabuena.

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  4. Dies Irae dice:

    Señor Don Ata, me retiro por hoy con una gran sonrisa tras leer su triángulo amoroso. Muy divertido, muy bien contado, muy bien escrito.

    Seguro que la chica de admisión del consultorio le dedica una enorme sonrisa cada vez que le ve. Aunque sea ficción, algo suyo tiene que haber en el relato.

    Enhorabuena.

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  5. sacha dice:

    Lo disfruté, créame. Y no tosí ni una sola vez. Aunque el corazón sí dio alguna que otra pirueta.

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  6. Lovecraft dice:

    Sorprendente y original punto de vista sobre la relación entre un atribulado enfermo y las enfermedades que lo atosigan. Buen manejo del lenguaje y del vocabulario. Solo una cosa sin mayor importancia: Big Bang y Vía Láctea deben ir en mayúsculas. Muy bien traídos los nombres de los personajes (Cathy Taqui, Epoque EPOC).

    May mắn

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  7. Avril dice:

    Fantástico, que gran relato. Parece el principio de una buena novela.
    Te felicito.
    Volveré a leerlo más de una vez.

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  8. Hoskar-Wild is back dice:

    Tal vez tenga yo tb que fumarme algunos cigarros para estar a la altura de Graciano y sus amigos. Suerte

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  9. Don Ata dice:

    Entro a mirar si mis amigos DE Canal tuvieron a bien colgar mi relato y me topo de frente con semejante comentario. Gracias, amigo Asesino De Morfeo. Su lectura justifica y reditúa con creces el esfuerzo que de escribir sobre Cathy y compañía. Un abrazo.

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  10. El asesino de Morfeo dice:

    Fumándome el décimo cigarro de la mañana releeo tu relato..¡Dios, como me gusta! envidio esa relación amorosa, apasionada y violenta. La mía es más de amigos eternos que me persiguen desde la adolescencia y que me aburren, no tienen nada que contarme, ni yo a ellos, los tres esperamos, acurrucaditos en mi rincón del ordenador, a que llegue un final digno para los tres. Al leerte, nos hemos mirado, cómplices,resignados y sonrientes. Ellos saben que soy lo suficientemente cobarde para no acabar con ellos, en cuanto a mí…bueno, me hacen compañía.
    Lo dicho, te envidio. Escribes de puta madre (eso, aquí, es un elogio, espero que al otro lado del mundo también lo sea)

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