La reunión está casi completa, la finalidad de la misma es lo que falta, aunque se conoce el tema y el motivo.
– ¿Sabéis algo? – Pregunta uno de los reunidos y sólo recibe negativas como respuesta.
– Tengo ganas de empezar, un punto nos sirve para ganar y es la última prueba, nunca antes me había sentido tan tembloroso.
– Si pudiera saber en qué consiste el final…me entrenaría, no quiero que me pase lo de la vez anterior.
Los nervios se apoderan de la sala. La expectación crece por momentos y en ese instante llegan los dos miembros que restaban, los cuales traen consigo más nerviosismo. Hacen las cuestiones ya formuladas anteriormente y oyen sendas negativas, el desconocimiento es total.
– ¿Cómo pueden organizarlo así? – Es la siguiente duda – Quiero decir; no nos dan tiempo para prepararnos y coordinarnos.
– De eso se trata, de exponer en el último momento, ahí está la dificultad. – Y se resuelve la duda.
– Creo que no lo lograremos, noto algo extraño. – Sostiene el más callado.
– No digas más, ya conocemos tu pesimismo, aunque quizá nos de buenas vibraciones. Sería coincidente que sucediese así tras vaticinarlo tú y yo no creo en las coincidencias.
La puerta se abre y un saludo hace su entrada.
– Hola amigos míos. ¿Estáis bien? ¿Preparados para ganar? – Todos responden afirmativamente, aunque más por obligación.
– Espero que nos des buenas noticias. – Le pide uno de ellos.
– Claro que sí, ¿A qué viene ese pesimismo? Alegraos, que ya estamos en el final y creo que tenéis posibilidades.
– Venga, que sólo eres nuestro jefe de grupo, no el animador. Dinos ya lo que tenemos que hacer.
– Pues es muy sencillo, tenéis que ir a la zona que menos os gusta, la misma en la que perdisteis el juego anterior y comprar esto.
Los demás, el grupo, mira con atención e intriga una foto de tamaño folio, en ella se muestra un paquete de tabaco.
– Debéis traer en el tiempo reglamentario un paquete de cigarrillos y de la marca Marlboro. ¿Alguna duda? – Inquiere el jefe con tono simpático.
Ellos se miran, estupefactos, incrédulos y asustados.
– Seguro que hay algo más. – Afirma el que parecía el cabecilla – No puede ser que sólo con traer un paquete de tabaco ganemos el juego…
– Pues tienes razón, hay diversos pasos a seguir, por ejemplo; sólo puede veros el que os venda el tabaco o sea, que si alguien más os ve, perderéis y el comité tiene ojos en todas partes, así que no habrá engaños. Es muy sencillo.
– No puedo creer cómo nos mandan allí de nuevo, es un lugar de maleducados. Creo que no quieren que ganemos. – Se lamentan.
– No hagáis ese tipo de apreciaciones, ya conocéis la legalidad del juego, que no hayáis vencido nunca no demuestra que os lo hubieseis merecido y los ganadores no. Aquí os dejo un mapa del sitio. Preparaos bien, hacedlo como sabéis y olvidaos de las supuestas derrotas inmerecidas, después de todo, esto no es más que un juego. Os deseo lo mejor. Me despido.
De nuevo el grupo sin su jefe, se miran unos a otros y elaboran un plan.
– Hay que saber cuál es el mejor momento para hacerlo.
– Según el mapa, es en una estación de servicio donde tenemos que conseguir el paquete, parece una zona poco poblada y sin cámaras de seguridad, creo, ¿la conocéis? – Los demás niegan.
– Supongo que sobre las 16:00 hora local, será un buen momento, a esa hora hay poco tráfico y con suerte sólo nos verá el dependiente. – Considera el que está más tranquilo.
– Bueno, ¿y quién entrará a comprarlo? – Sondea el mismo y todos lo miran sin responder.
– De acuerdo, no hace falta que me miréis así, si ya sabía que seré yo.
– Entonces no se hable más, todos de acuerdo y listos para la misión. Tú lo comprarás, nosotros esperaremos vigilando para que transcurra sin problemas y que nadie nos vea. Mucha suerte para todos.
– También para ti.
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Algo lejos de la reunión, aunque no mucho, en una perdida gasolinera de una carretera regional y a varios km. de la población más cercana, Martín sigue maldiciendo a su jefe:
– Madre mía, las 4 y qué calor hace. ¿Qué se creerá éste?, ¿que voy a hacer 1000 € de caja esta tarde? Vaya tío, a 43º a la sombra. No se ve un alma por la carretera.
Martín decide ausentarse un rato de su trabajo como expendedor de combustible, pero no físicamente. Abre otra lata de refresco y se pone a chatear desde el móvil, hasta que en lo más intenso del chateo llega un coche y piensa: << Vaya, al menos me entretendrá unos minutos >>
Es un utilitario moderno de conocida marca italiana. Una chica lo conduce y mientras conversa con alguien a través de otro móvil, le pasa las llaves del depósito a Martín, el cual las coge, no sin antes fijarse en sus piernas bajo el volante. Mientras da cuenta del físico de la chica en sus más soñadores pensamientos, ella empieza a quejarse de la supuesta poca cobertura del aparato.
– ¿Sara? ¿Me oyes?…Joder!…no se oye nada en este maldito lugar.
Martín cavila advertirle de que no debe hablar por teléfono en una estación de servicio, pero justo cuando va a hacerlo, la chica lo impide con una magnifica sonrisa pidiéndole:
– ¿Tú no tendrás un cargador para este móvil? Es que creo que el problema es de la batería.
– ¿Me dejas verlo? – Y la chica se lo cede con algo de recelo.
– Vaya, un ‘’Mokorola’’ HP-5800 con cámara secreta, ideal para hacer fotos y grabar sin ser descubierto. Te habrá costado un pastón. Voy a mirar, pasa por aquí.
En una especie de armario enorme, revuelto y lleno de cajas de móviles, Martín sorprendentemente, encuentra lo que busca.
– Has tenido suerte, prueba con este, aunque no es el suyo.
– No te preocupes, sólo es para esta llamada, ya lo cargaré más tarde. – Señala ella.
Tras la breve charla telefónica, la chica paga la gasolina:
– ¿Te debo algo por lo de la carga?
– Que va, nada. Pero te voy a dar esto. – Y Martín le pasa una tarjeta.
– Me llamo Martín, aunque me llaman Martines, es por martin.es, mi web de telefonía móvil, ahí la tienes para lo que quieras.
Y es que el joven nunca pierde la oportunidad de publicitar su página. La chica le sonríe y se marcha a toda pastilla. El se queda observando como se aleja, pensando en el afortunado que la disfrute y en su más efusivo patetismo y regocijo, le ladra cariñosamente al perro que hay atado junto a la puerta.
Vuelve a su pasatiempo favorito, el chateo y la configuración pirata de móviles. En ese instante no presta atención al ladrido del perro, ya que al mirar por la ventana no ve a nadie. Tampoco se percata del débil oscurecimiento repentino del cielo, pero si que le fastidia el ‘’guau guau’’ incesante e histérico del animal.
<< Pero qué le pasa a este chucho >>. Exclama.
Algo le obliga a mirar a la parte de atrás de la gasolinera y realiza el mayor esfuerzo de su vida para creer lo que está viendo. Una mole gigantesca de forma octogonal y suspendida en el aire a pocos metros del suelo. En principio cree que es una avalancha de tierra sobre el campo de girasoles, pero de la parte más baja ve salir tres esferas del tamaño de balones de playa y una de ellas se acerca a la puerta. Ahora es cuando sospecha en una broma de la televisión, pero se da cuenta de que no, de que aquello es demasiado grande y perfecto y de que esas cosas ocurren así, que va a ser el único testigo de la presencia extra-terrestre en la Tierra.
La esfera entra en la gasolinera y en el establecimiento donde él atiende. Es un cuerpo de apariencia blanda, semi-transparente, insonoro y que no deja rastro de ningún tipo. Se desplaza levitando un metro por encima del suelo. Para su sorpresa, el organismo habla, aunque no tiene ojos, ni boca, ni siquiera posee una cara y con una voz insólita para sus oídos, aunque no molesta, le pide:
<< Dame un paquete de Marlboro, por favor >>.
Es una frase que separa y pronuncia mucho las sílabas. Martín coloca lo pedido sobre el mostrador, rogando a todos los santos que no le haga daño, el susto es morrocotudo. El alienígena absorbe los cigarrillos sin tocarlos, manteniéndolos en el fondo de su esférica burbuja, transparentándolos, como si el Marlboro flotase en sus ‘’tripas’’. El muchacho no ha articulado nada, ni siquiera cuando el ser le deja el precio exacto, dándole las gracias muy educadamente y marchándose de la misma forma que ha venido.
Los ojos de Martín ven como la enorme nave se alza hacia el cielo sin un pequeño ruido, con la ligereza de una pluma. Se martiriza cuando se repite que sólo el perro ha visto lo mismo que él. Las piernas le tiemblan, la boca seca y sin pensárselo se monta en su moto y se dirige al pueblo, dejando la estación abierta, su móvil y su vista hacia arriba por si lo siguen. Su intención es llegar al cuartel de la guardia civil a contarlo todo, pero tanto gira la vista hacia atrás que no ve como se le cruza un peatón a la entrada del pueblo y al esquivarlo choca violentamente contra una farola. El impacto es tremendo.
Mientras lo llevan en la ambulancia, se le ha salido la rótula, no para de gritar:
– Ya están aquí, yo los he visto. Son ellos y volverán, me han comprado tabaco y todo.
– Tranquilízate, ¿quieres? estás en estado de shock. – Le aconseja el sanitario.
Lo siguiente que ve es la entrada al quirófano y cuando despierta, su novia y sus padres están junto a él.
– Cariño, los he visto, han venido por mí, para ellos significo algo. – Le susurra a la novia y ella le tapa los labios mientras llora. Nadie le cree y todos piensan que el accidente le ha afectado al cerebro, Martín es otra persona.
Meses después, está diseñando su nueva página web: www.martinufo.es y en ella cuenta su experiencia y la de los demás humanos que creen haber tenido encuentros ufológicos, todo con supuestas fotos y demás temas relacionados. Una considerable cojera para toda su vida es lo que le ha quedado de aquella tarde de verano, así como también un recuerdo imborrable hasta el fin de sus días.
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Mientras, a millones de Km. de la gasolinera donde sucedió aquel extraño y misterioso incidente, casi dos o tres galaxias más allá de la ‘’Vía Láctea’’, un planeta formado por un océano y sus miles de billones de burbujas vivientes, da vueltas a una estrella. Estas esferas forman parte de un mundo pacífico, cuyo único interés es una especie de juego que realizan por la inmensidad del espacio y fuera de la vista y el alcance de muchos sistemas. Una inteligencia superior, conocedora de los más pequeños detalles de cualquier forma de vida y fuera de la lógica humana, cuya multiplicación a raíz del estallido de cada una, les hace mantenerse en el mismo nivel de congéneres. Allí, en ese cosmos tan particular, un reducido grupo de sus habitantes celebra la victoria en su pasatiempo galáctico favorito, así como los vencidos, que esperarán una edición más para lograrlo.
FIN
Agustín Serrano Serrano