La entrevista o entre la vista. Por Silvia Hidalgo

MARIA 

Lunes 17 de febrero. Mientras subo en el ascensor al piso nº 12, aprovecho a mirarme en el espejo. La verdad es que, aunque voy sin maquillar, llevo mi larga melena en un sencillo moño y me he puesto una blusa y una falda de lo más insulsa, estoy realmente guapa. La ausencia de maquillaje aniña aún más mi rostro. He intentado vestirme lo más sobria posible, pero, aún así, mi voluptuoso físico no está dispuesto a dejarse dominar por un par de prendas cogidas del armario de mi madre.

Cuando suena el timbre que anuncia que he llegado, suspiro profundamente, deseo con todo mi alma que la entrevista resulte un éxito y consiga de una puñetera vez un trabajo para el que me he preparado concienzudamente. Estoy harta de servir copas a borrachos babeantes noche tras noche. Y de acudir a entrevistas de trabajo día tras día.

Herrera y Colón, arquitectos. Aquí es. He quedado a las diez y faltan un par de minutos. Confío en que valoren mi puntualidad. Toco el timbre y una mujer de edad indefinida, me abre la puerta. En realidad, todo en ella es indefinido, si tuviera que describirla, no encontraría ningún rasgo digno de mención. Accedo a un vestíbulo de un tamaño interesante amueblado con una mesa de oficina y alguna que otra planta.

Hola, buenos días, Me llamo María López y estaba citada a las diez para una entrevista con el Sr. Herrera.

-¡Ah, sí! Fui yo quien la citó cuando llamó por teléfono- me responde intentando mostrar una falta de interés total, aunque soy consciente de que me hace una radiografía de arriba abajo –Siéntese un momento, Don Francisco está entrevistando a otra candidata. Cómo imaginará, tal y como están los tiempos hay una larga lista. 

Si crees que me vas a desanimar, vas lista, capulla. Tengo un currículum impresionante. Me siento obedientemente, esperando no hacer nada que la moleste, tengo la impresión de que está de muy mal humor y si vamos a ser compañeras, prefiero llevarme bien con ella. Mientras esperamos, saca una caja de bombones y me ofrece uno, niego con la cabeza luciendo la mejor de mis sonrisas. Me he limpiado los dientes a conciencia, así que ahora no pienso entrar donde el futuro jefe con ellos llenos de chocolate. 

-Pues no sabe lo que se pierde, me los regaló Don Francisco el otro día y la verdad es que están de vicio. Claro que entiendo que no todas las mujeres son tan afortunadas como yo, que puedo comer de todo sin miedo a engordar. 

¡Toma dardo, será bruja la tía! Tengo ganas de decirla cuatro frescas, pero me callo. A mí plín, no tengo ninguna intención de perder los nervios y echar la entrevista a perder. Por la forma en que dice que se los ha regalado el jefe, tengo la sensación de que quiere darme a entender que el tal Don Francisco es fruta prohibida, que ellos dos se traen entre manos algo más que planos de edificios. Desde luego, yo hubiera rezado porque tuvieran un lío, eso mantendría las manos del tipo lejos de mi anatomía. De la anterior empresa en la que había trabajado, me despidieron porque el jefe de personal además de meter horas intentó meter algo más. Pobrecillo, meter, no metió nada pero tuvieron que sacarle dos muelas del sopapo que le solté. Ando liada con mis recuerdos cuando se abre una puerta y sale una mujer toda “emperifollada”. (Qué Dios la coja confesada si la recepcionista se da cuenta, jejeje). Al instante suena el teléfono y la señora que me ha atendido cuando llegué, al tiempo que se chupa el chocolate de los dedos, me indica que el jefe me está esperando. Son las diez y diez. Traspaso la puerta, echo un rápido vistazo a la oficina y puedo darme cuenta de que es un sitio muy agradable, esta todo muy limpio y ordenado y decorado con bastante buen gusto. Apenas con cambiar un par de detalles, me sentiré allí como pez en el agua. 

El tan traído y llevado Don Francisco resulta ser un hombrecillo bastante corriente. Ha perdido parte del pelo de la cabeza y supongo que en un desesperado intento por compensarlo, se ha dejado crecer un mostacho de un tamaño considerable. Este le da un aspecto extraño. Demasiado bigote para tan poco hombre. Cuando se levanta para indicarme que tome asiento, compruebo con satisfacción que apenas me llega a la altura del hombro. Mejor para mí, así tendré que levantar menos la rodilla en caso de acoso. Se queda un rato callado. Yo comienzo a ponerme nerviosa, porque su vista baja de mis ojos al pecho con la misma velocidad con que cayó la bolsa en 1929. Por romper el hielo, en lugar de romperle la cara, opto por iniciar yo la conversación. 

Buenos días señor Herrera. Soy María López y me gustaría que me diera la oportunidad de ocupar el puesto de secretaria que ha quedado vacante. He traído mi currículum y fotocopia de todos los títulos que poseo. Espero que encuentre mi formación de su agrado- le explico. El tío sigue callado, frotándose las manos y sin dejar la mirada quieta más de un segundo, parece más interesado en mirar otras cosas que en ver mi titulación. 

Tras un par de tensos minutos me pregunta: 

¿Sabe preparar café? 

¿Café? ¿Este tío es tonto o qué? Me dan ganas de contestarle que sí, y que también sé preparar bacalao al pil-pil y que plancho y friego de maravilla, pero el recuerdo de los tíos pellizcándome el culo cuando sirvo mesas en el pub, hace que me muerda la lengua. Tantos años estudiando, tanto exigir el tío conocimientos de informática, para luego interesarse por si sé hacer café. ¡Hombres! 

El pobrecillo debe adivinar mi estupefacción, porque rápidamente se apresura a aclararme: 

Perdone, es que como hoy tengo toda la mañana ocupada, había pensado que podía desayunar aquí, y aprovechando que está usted, podríamos seguir la entrevista mientras tomamos un café.

-No se preocupe, ¿cómo lo quiere?- le pregunto mientras me dirijo hacía la cafetera.

Con leche y dos de azúcar, por favor.

Mientras preparo dos cafetitos le oigo trastear en los cajones. Cuando me giro para llevar las tazas a la mesa, casi me da un ataque de risa. El buen hombre ha sacado un paquete de pan tostado, mantequilla y mermelada. Vamos que lo de desayunar se lo toma al pie de la letra. Si en lugar de estar en Logroño, estuviésemos en Boston, tendría que ponerme a freírle unos huevos con bacón. 

Cuando me acerco a su lado para llevarle el café se me cae la cucharilla al suelo, me agacho para recogerla y justo en ese momento se abre la puerta y escucho un grito. Es la mujer que me ha atendido al llegar y desde donde ella está sólo alcanza ver a Don Francisco sentado detrás de su mesa y a mi moño rubio asomando un poco por encima de ella. 

-¡Aaahh! ¡Lo suponía! Si ya me imaginaba yo que este zorrón tenía de secretaria lo que yo de monja. Y a usted Don Francisco, ¿no le da vergüenza? Pobre de mí, 26 años creyendo que estaba trabajando en un lugar decente y mire por donde resulta que es un lupanar. No quiero ni pensar en lo que harían aquí Carmen y usted cuando decían que no se les molestara, que estaban ocupados. Si con esta que no hay confianza hace esto, que sería con Carmen tras 30 años a su servicio. ¡Qué disgusto, Dios mío! Me marcho. 

A todo esto yo, nada más escucharla entrar, me asomo por encima de la mesa para decirla que no es lo que parece y al ir a levantarme, apoyo mi mano derecha encima del pie de Don Francisco, con tan mala suerte que le aplasto un juanete. El hombre suelta un quejido, al tiempo que se levanta. Al retirar el pie, me desequilibro y caigo de bruces al suelo, dándome un golpe en la nariz que me deja aturdida durante un instante.

 Lo único que acierto a pensar es que aquí se acabó mi entrevista. Maldigo mi suerte. 

 

MARGARITA 

Lunes 17 de febrero. Me he levantado de mal humor. Desde siempre había tenido la esperanza de que al jubilarse Carmen, yo pasaría a ser la secretaria personal de Don Francisco. Después de tanto tiempo, después de desperdiciar toda mi juventud entre aquellas cuatro paredes, lo único que me hacía volver allí cada día era saber que faltaba un día menos para que me hiciera su secretaria y poder estar con él, trabajando codo con codo durante todo el día. Pero no, el muy desagradecido, ha decidido poner un anuncio y buscarse una nueva sin tener en cuenta todo lo que he hecho por él. Si no llega a ser por mí, sabe Dios donde y como estaría ahora. Como aquella vez que gracias a mi intervención evité que terminara casado con la bruja de Purita. Poco imaginaba él todo lo que había tenido que cavilar para conseguir que le dejara sin una explicación. O como en aquella otra ocasión en la que falsificando su firma, rechacé una oferta para la construcción de un hotel en New York. ¡Qué incauto, se le habrían merendado allí!. 

Son las diez de la mañana, suena el timbre, abro la puerta de mala gana y cuando veo lo que entra, de buena gana la hubiera vuelto a cerrar. Esto no es una aspirante a secretaria, esto es un monumento. Seguro que en cuanto Don Francisco la vea, la contrata, aunque no sepa escribir ni su nombre. Se llama María López y viene por la oferta de trabajo. Pues podría irse a buscar trabajo a la pasarela Cibeles, y no venir aquí a tocarme a mí las narices. Intento desanimarla diciéndola que hay una lista interminable de aspirantes, pero parece no importarla. Se la ve tan segura a la condenada, claro, que con ese aspecto, tampoco me extraña mucho. Mientras espera entrar voy a sacar una caja de bombones que tengo guardada para los momentos de crisis y así de paso me aseguro que se dé por enterada de que me los ha regalado Paco el día de los enamorados. (En la intimidad de mis pensamientos, siempre llamo Paco a Don Francisco, bueno, a veces también le llamo cariño o cielo) Espero que su estupidez no sea proporcional a su belleza y lo entienda, pero tampoco parece importarla. La ofrezco un bombón y con una sonrisa perfecta me dice que no. Claro, ésta de chocolate nada, imagino que para mantener ese tipo, solo comerá hojas de lechuga. Parece dispuesta a conseguir el empleo al precio que sea. Voy a tratar de urdir la manera de que se largue por su propia voluntad. No me da tiempo Don Francisco la llama al despacho. Los minutos que se suceden después son un auténtico calvario. Por más que me acerco a la puerta, no puedo oír nada. ¿Es posible que ya le haya engatusado y estén retozando en el sofá?. ¡Claro, tiene que ser eso!, cuando uno se besa, no habla, por eso yo no escucho nada. Ya no aguanto más, abro la puerta y entro. A buena hora se me ocurre hacerlo. ¡Menudo sofoco! Es lo más asqueroso que he visto nunca… él allí todo “repanchingado” mientras ella tiene su cara perdida en la bragueta, ¡Qué asco, por Dios! A ella también debe darle un poco de asco, porque por lo que puedo observar después por el rabillo del ojo, él se ha debido untar la pirindola con mermelada de fresa. Desde luego, no pienso pasar ni un minuto más trabajando al lado de un pervertido semejante. ¡Y pensar que llevo toda la vida suspirando por este hombre, que engañada me tenía!. Menos mal que no me eligió a mí como su secretaria personal. Evidentemente es listo y sabía que yo no tragaría. Hay cosas con las que una no debe tragar nunca, ni siquiera metérselas en la boca.. En fin ahora mismo cojo el bolso y me voy al sindicato a contarlo todo. Seguro que me corresponde alguna indemnización por el daño moral que me ha ocasionado.

  

DON FRANCISCO

 Lunes 17 de febrero. La mañana se me presenta un poco agobiante. Necesito urgentemente una secretaria y no me queda más remedio que entrevistar a las cinco que ha citado Margarita para hoy. Tengo mucho trabajo acumulado y me molesta la idea de perder el día escuchando los méritos de las candidatas. Son algo más de las diez y ya me he quitado dos entrevistas de encima, ninguna de las dos aspirantes me ha gustado. Veamos la tercera. 

Margarita por favor, ¿hay alguna otra chica esperando? Hágala pasar 

Oigo el sonido de los tacones por el pasillo. Abre la puerta, levanto la vista de la mesa y me quedó helado. Es la criatura más bella que he visto en mi vida. Creo que me estoy sonrojando. ¡Vaya ojos! Bajo la vista. ¡Uf, menudo escote! Rápido, tengo que quitar la vista de ahí. Me he quedado callado como un imbécil y sin saber donde mirar. Está presentándose, creo, pero en realidad apenas la escucho. Lo único que quiero es que salga de allí lo antes posible. Me siento azorado. Yo me he pasado la vida trabajando, no se como manejar a las mujeres. Principalmente si son guapas. Carezco de experiencia. Bueno, una vez estuve a punto de casarme. ¡Ay, Purita! Cuánto la quería. Pero me dejó, así sin más, sin una explicación, un día me llamó y me dijo que no quería volver a verme. Aquello me hundió. Desde entonces, me volqué en mi trabajo y salvo algún desahogo esporádico previo pago y completamente insatisfactorio, no he querido saber nada más de mujeres. Y ésta parece tan segura de sí misma, que me hace sentir como un idiota. Quiero que se esfume. O no. Desde luego, no pienso contratarla, me sería imposible trabajar con ella, pero se me acaba de ocurrir algo. Ya que no tendré tiempo de salir a desayunar, voy a ver si le apetece tomarse un cafetito aquí conmigo. Acepta, esto es casi una cita A lo mejor no se me da tan mal esto de ligar, jijiji. Lo está preparando. Por detrás está igual de buena que por delante. Quizá quiera cenar conmigo. Bueno, voy a ir preparando las tostadas. Se acerca con los cafés. Al posar mi taza, se la cae la cucharita. Seguro que lo ha hecho a propósito para rozar su pecho contra mi rodilla al agacharse. Creo que la gusto. ¡Vaya canalillo! Ay, Francisco contrólate. ¿Quién entra? ¿Qué son esos gritos? ¡Aahhhhh, mi juanete! Margarita por Dios, modere esa lengua. Señorita, ¿se ha hecho daño? Y este tío ¿qué mira? 

 

JULIO 

Lunes 17 de febrero. ¡Qué asco de día! Con este viento, me resulta incomodísimo estar en el andamio, voy a ver si me doy prisa y para las diez y media tengo limpios ya los cristales hasta la planta doce y puedo parar a desayunar. ¡Joder, se me hace la boca agua solo de pensar en el bocata de tortilla que me preparo Encarni! Me descuelgo otro piso y ya paro. Mmmm ¿Qué pasa ahí dentro? Tiene un cuchillo…. ¡Leches, este tío se la ha cargado! ¿Dónde narices tengo el móvil metido? 

Venga, venga coged el teléfono de una vez, que me ha visto, lo mismo ahora quiere eliminarme. 

-091 ¿dígame?

-Acabo de presenciar un asesinato, dense prisa, estoy en un andamio y el asesino me ha visto. Estoy en peligro

-Identifíquese, por favor 

Manda narices, hay un asesino suelto, y se pone la tía a rellenar un formulario. Seguro que en cuanto la diga mi nombre, mira en el ordenador a ver si tengo alguna multa pendiente. 

-Me llamo Julio Altamira, soy cristalero y se acaban de cargar a una tía. Lo he visto cuando descolgué el andamio para limpiar las cristaleras de una oficina

-Tranquilícese, a ver si nos entendemos. ¿Está seguro de que está muerta?

-¿Quieren venir de una puta vez? ¡Yo qué sé si esta muerta! No la he tomado el pulso. Lo que he visto ha sido a un tío con un cuchillo en la mano. Tumbada a sus pies hay lo que imagino que debe de ser una mujer, pues solo la veo las pantorrillas y los tacones, y dando vueltas por la oficina hay otra mujer increpándole. No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir lo que ha pasado.

-Está bien, ahora mismo mando una patrulla. No cuelgue, necesito que me facilite todos los datos posibles

-De acuerdo, voy a intentar bajarme del andamio. Le doy el número de teléfono y llámeme usted, que encima de colaborar, no voy a pagar yo la conferencia. 

Voy a bajar al vestíbulo a esperar a la pasma, me arreglaré un poco, que seguro que vienen los de algún programa de esos de sucesos de la tele y querrán entrevistarme.

 Riiiiiiiiinnnnnnnng

¿Sí?

-¡Churri! ¿Te gustó la tortilla?

-Encarni, tengo que colgarte, espero una llamada de la policía

-¡Joder, Julio! Me prometiste que ibas a dejar de trapichear

-¡Qué no! Qué esta vez no vienen a por mí. He sido testigo en el curro de un asesinato.

-¿Queeeeeeeeee?

-Mira reina, en cuanto pueda te cuento, ahora voy a colgar

¡Cuánto tardan en llegar! Como sea un asesino en serie, lo llevamos claro, no va a dejar títere con cabeza. ¡Huy, otra vez suena el móvil! 

-¿Diga?

-Sr. Altamira, le llamo de comisaría. Puede decirme exactamente donde se encuentra. Es mi primer día en este puesto y con los nervios, se me olvidó preguntar a donde tenía que mandar los efectivos.

-Avenida de la Constitución nº 6- ¡Vivan “Los hombres de Harrelson”! ¡Cómo está el cuerpo! Procuraré recordar a donde no tengo que llamar cuando esté en apuros

-¿Conoce usted a la víctima?- se interesa la poli novata en cumplimiento con su deber

-Por las pantorrillas, me parece que es Claudia Schiffer ¡No te jode!- contesto al borde de un ataque de nervios. Claro que, pensándolo bien, también podría ser Juan Pérez, tal y como anda el mundo.

Muy ocurrente ¿Puede facilitar algún dato del presunto asesino?

-Es un cincuentón bajito con bigote y pinta de rarito, trabaja en la oficina donde se ha cometido el crimen. Le veo todas las semanas cuando vengo a limpiar los cristales.

-Está bien, muchas gracias, quédese allí que seguramente mis compañeros necesitarán su ayuda. 

Aquí llegan los periodistas, voy a charlar con ellos mientras espero que llegue la poli. De está me hago famoso, con lo bien que doy en cámara (que hay que ver lo guapo que salí en el video de la boda de mi cuñado), seguro que me contratan de tertuliano en algún programa de la tele. 

 

INSPECTOR GARMENDIA 

Lunes 17 de febrero. Voy a salir a tomar un café.

 

Manolo, voy a tomar un cafelito, ¿estás muy ocupado?- Me apetece charlar un ratillo con Manolo, desde que trabajamos juntos en el asunto del cargamento de “hachis”, nos habíamos hecho muy amigos.

Diez segundos y estoy contigo, Ramón- me responde una ronca voz. 

Mientras espero, escucho que se recibe en comisaría el aviso de un presunto asesinato. Me dirijo hacía la telefonista y le pido que me comunique la dirección, que yo mismo me personaré allí. Un poco de acción no me vendrá mal. Estoy quedándome anquilosado. Dejo aviso a Manolo de que me voy, recojo al agente Sancho y nos dirigimos hacía el lugar de los hechos. 

Por el camino tengo que aguantar las bromitas de Sancho, aunque es subordinado mío, nos conocemos de toda la vida, y desde que me separé no deja de repetirme lo afortunado que soy, ahora que puedo dar rienda suelta a mis pasiones. Su mente calenturienta imagina que me he cepillado todo lo que se mueve con faldas en la comisaría y alrededores. Me imagina cada noche saltando de cama en cama ¡Como si fuera tan fácil a mis años! Con la artrosis que comienzo a padecer me daría con un cantito en los dientes con poder saltarme, aunque fuera de vez en cuando, las normas. Por fin llegamos. 

¡Mierda, ya estan aquí los periodistas! No hay forma de que me los quite de encima. En el vestíbulo del edificio de oficinas desde donde han avisado, busco al tal Julio Altamira, el hombre que dio aviso. 

Me han dicho que me buscaba, inspector, yo soy el testigo- me indica un hombre orgullosamente

-Tu cara me suena, chaval- le contesto. Es una de las condiciones imprescindibles en mi profesión, no olvidar una cara

-Pues…. no sé- responde. Tengo la sensación de que le gustaría evaporarse

-¡La leche! Tú eres “Chino” el que detuvimos cuando el alijo de “hachis” que interceptamos en Calahorra. ¿Cómo es que estás en la calle?- le pregunto. Este es uno de esos momentos en los que ser policía me parece una porquería. Te rompes los cuernos para meterlos en el trullo y a los dos días andan por ahí tan campantes.

Ya le dije que era un error, que yo no tenía nada que ver. Deje ese asunto ahora. Como no nos demos prisa este edificio se va a convertir en”La matanza de Texas”. Hace más de media hora que llamé a Comisaría

-¿Dónde dices que ha sido el asesinato?

-En la planta nº12 oficina 25, señor inspector

Acompáñame, por favor– le ruego. Decido no perder de vista a este tío, no vaya a ser que tenga algo que ver en el asunto y quiera quitarse el muerto de encima 

Cuando dejamos el ascensor, observo que el pasillo está vacío. Sacó mi arma y le pido a “Chino” que se quede rezagado, que Sancho y yo vamos a entrar en la oficina. Bueno, creí que entrar iba a ser más fácil, pero resulta que la puerta está cerrada. La golpeó al tiempo que grito eso de “¡Abran, policía!”, pero allí no abre nadie. Desde fuera se oye a una mujer, no se la entiende lo que dice, pero a juzgar por las voces, se nota que está alterada. Decidimos pegar una patada a la puerta. Al tiempo que cae la puerta, se hace un silencio sepulcral. En el recibidor no hay nadie, Observo que hay una puerta semiabierta, me acerco cautelosamente. Sancho me cubre y “Chino” viene unos pasos por detrás. Le indico con la mano que se quede ahí. Cuando con un movimiento ágil como un gato, me planto delante de la puerta con la pistola en alto, lo que observo es a una mujer de mediana edad, un hombre bien maqueado y una monada. Los tres me miran con cara de pasmo. Les insto a que pongan las manos en un lugar visible y les explico que hemos recibido una llamada avisándonos de un crimen. 

Bueno Sr. Policía, reconozco que lo que aquí ha tenido lugar, es un pecado que no tiene perdón de Dios, pero tanto como un crimen…. No hacía falta que rompiera la puerta. Y baje esa maldita pistola, a ver si se le va a disparar- La que habla es la mujer mayor, que debía de ser la que estaba gritando hacía unos instantes.

¿Dónde está el cadáver?- me intereso

-¿Qué cadáver? El que habla ahora era el señor

“Chino” pasa para acá que estos se han deshecho del muerto

Cuando entra, el “Chino” se queda mirando un instante y me contesta con tono de extrañeza:

La asesinada es la rubia, lo sé por los zapatos y por las pantorrillas, unas piernas así, no se olvidan fácilmente.  

Me pareció bastante raro ver una muerta de pie, mordiéndose las uñas. 

Pues a mí me parece que además de viva está ”buenísima”. De salud, digo.- ¡Pero que gracioso soy! De vez en cuando, en este oficio hay que recurrir al humor para quitar dramatismo y tal

Le juro inspector, que yo la he visto tirada a los pies de este tío y él tenía un cuchillo en la mano

– Yo mejor me voy, solo vine a una entrevista de trabajo- intervino la rubia

Sí, se cayó al suelo mientras yo intentaba untar unas tostadas con mermelada- amplió el hombre la explicación

-Ya, eso dicen ellos. Se la estaba chupando -ahora era la mujer la que intervenía, yo no entendía nada

-¿Chupaba la mermelada?- quiso saber “Chino”

Tú a callar, las preguntas las hago yo. Y como no me estoy enterando, mejor que interrogue a todos uno por uno. A ver, tú, la rubia, quédate aquí. Los demás esperad fuera con el agente Sancho a que yo os llame- Decidí que lo mejor sería empezar por la víctima, que sería la más interesada en resolver su asesinato. 

Reconozco que estaba decepcionado. Vaya birria de intervención. Uno sale con ganas de un poco de acción y ya ven lo que se encuentra. Ni cadáver, ni arma homicida, ni nada de nada. Ya más relajado y a solas con la rubia estupenda, le sugiero que nos sentemos y me explique despacito qué es lo que ha ocurrido. Al ir a tomar asiento, observo que hay encima de la mesa unas tostadas. Con el trajín se me olvido que aún no había desayunado y tengo una idea. 

¿Sabe preparar café?- le pregunto

¿Ya ha comenzado el interrogatorio?¿Tengo que contestar a esa pregunta?- responde en un tonillo que no me gusta nada. Si sus ojos hubieran estado cargados, habría caído allí mismo fulminado

No sea tan suspicaz, solo pensé que sería buena idea que charláramos delante de una taza de café para aliviar tensiones

-Lo siento, inspector. Hoy no llevo muy bien la mañana. Yo solo quería un trabajo como secretaria ¿Cómo quiere el café?- me pregunta al tiempo que esboza una leve sonrisa capaz de fundir el hielo.

Solo, por favor- respondo mientras ella se dirige a la cafetera. 

Comienzo a untar las tostadas mientras se aproxima con las dos tazas a la mesa. Al ir a posar la mía, le tropiezo un poco el brazo y la cucharilla cae al suelo. Retiro hacia atrás la silla con intención de recogerla, pero antes de que me dé cuenta, ella se agacha al tiempo que murmura una disculpa. ¡Menudo escote que luce la pava! Casi me estoy olvidando de la artrosis… 

En ese preciso instante Sancho abre la puerta de golpe. Desde donde está solo alcanza a verme sentado detrás de la mesa y un moño rubio asomando un poco por encima de ella. 

Tras la cara de asombro, me parece a adivinar que una sonrisilla se le escapa por la comisura de los labios….

 

 La entrevista o entre la vista. Por Silvia Hidalgo

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