La última cena. Por Aleqs Garrrigóz

A veces imagino: no, no imagino:
lo vivo afuera de este mundo:
yo y el hombre al que no he amado,
repartiéndonos el mundo
en un par de copias semivacías
ya antes desbordadas
por el rubor. La mesa sin flores.
Mas todo lavado debidamente
para saludar al amor apenas llegado,
trinchando la carne de un beso, uvas
que habíamos aplastado contra el vientre.
No más: el vino estaba agrio.
Y al fondo circulaba el odio…
(Ya no el miedo.)

Así nos conocimos. Así platicamos:
tu darías otro rostro a la oscuridad esplendente
de mi juventud. Yo guardaría de ti
una imagen clásica deformada,
en el pañuelo.

Algo sin mayor heroísmo. Simple, sencillo;
como lavar los trastos, como un suspiro,
como pasar la hoja de la agenda
y descubrir el día
en que alguna vez,
antes de cualquier nuevo accidente insuperable,
habíamos decidido finalmente, con dureza,
acorazarnos, como un armadillo,
en la muerte.

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Aleqs Garrigóz

Garrigóz Aleqs

ALEQS GARRIGÓZ (Puerto Vallarta, México 1986). Empieza su carrera publicando Abyección (2003). Trabajos posteriores son: Luces blancas en la noche (2004), La promesa un poeta (2005), Páginas que caen (2008), Galería del sueño (2008), En la luz constante del deseo (2012). Premio de Literatura Adalberto Navarro Sánchez 2005, otorgado por la Secretaria de Cultura de Jalisco. Premio de Literatura 2008 de la municipalidad de Guanajuato. Ha publicado poemas en diversos medios impresos y electrónicos de México e Hispanoamérica. Figura en una decena de antologías literarias editadas en México.

3 comentarios:

  1. El poema fue publicado po error faltándole las primera línea. El original inicia:

    LA ÚLTIMA CENA

    A veces imagino: no, no imagino:
    lo vivo afuera de este mundo:
    yo y el hombre al que no he amado,
    repartiéndonos el mundo
    en un par de copias semivacías
    ya antes desbordadas
    por el rubor. La mesa sin flores.
    Mas todo lavado debidamente
    para saludar al amor apenas llegado,
    trinchando la carne de un beso, uvas
    que habíamos aplastado en el vientre
    con las puntas. No más: el vino estaba agrio.
    Y al fondo circulaba el odio…
    (Ya no el miedo.)

    Así nos conocimos. Así platicamos:
    tu darías otro rostro a la oscuridad esplendente
    de mi juventud. Yo guardaría de ti
    una imagen clásica deformada,
    en el pañuelo.

    Algo sin mayor heroísmo. Simple, sencillo;
    como lavar los trastos, como un suspiro,
    como pasar la hoja de la agenda
    y descubrir el día
    en que alguna vez,
    antes de cualquier nuevo accidente insuperable,
    habíamos decidido finalmente, con dureza,
    acorazarnos, como un armadillo,
    en la muerte.

  2. Muchas gracias, Aleqs. Corregimos el error.
    Un abrazo.

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