Una, Dos, Stresss
UNA
Cuando yo era niña, tiempo ha, lo importante en la vida era ser buena persona. Tal y como decía mi abuela, el patrimonio de un individuo era su credibilidad personal. Ser honrado, trabajador, fiable, cordial y consecuente. Lo más importante era ser buen profesional y estar socialmente bien visto.
No importaba la profesión ni el dinero que se ingresara por ello. Daba igual ser albañil, agricultor, afilador, fontanero, militar, empresario, abogado, médico, juez o político. Fueras lo que fueras, debías ser reconocido como bueno, si no el mejor, en el ámbito donde te desarrollaras. Esa actitud queda muy bien reflejada en las zarzuelas, donde el argumento más esgrimido para pedir respeto a la autoridad era: “soy un honrado cajista, y no debo ná”.
Sin embargo la sociedad estaba bastante encorsetada, era muy machista, estaba demasiado imbricada en las posiciones religiosas, era hipócrita y resultaba bastante difícil salir de lo establecido, aunque siempre hubo quien lo hizo, claro está.
La guerra civil había dejado demasiados rencores, demasiado dolor y demasiados prejuicios en la mayoría de los jóvenes nacidos en los años 20-30, que ahora eran nuestros padres. Muchos habían sufrido el peor de los horrores: una guerra fratricida, bombardeos, hambre, muerte y odio. Odio, sobre todo, por haber perdido la juventud entre balas de todo tipo y en medio de muchas mentiras.
Nuestros padres tuvieron que esforzarse y trabajar duro para salir adelante y muchos de nuestra generación tuvieron, además, que sacrificar también sus ilusiones y ayudar al sostenimiento familiar. No había tiempo material para la depresión ni el decaimiento y en último caso siempre la abuela tenia un ponche a punto «que reanimaba a un muerto» o un litro de tila para calmar los ánimos. Cuando no se podía más, se descansaba. La familia ejercía de soporte afectivo, tías, hermanos, cuñadas, primos etc.. a un paso y dispuestos a ayudarse mutuamente con más o menos ganas.
Por contradictorio que parezca, nuestra sensación era de vivir en un entorno donde “to er mundo es gúeno”. Podíamos hacer auto-stop sin demasiado temor, si te caías en la calle la gente te auxiliaba, en general se procuraba ser amable y apacible y siempre había algún vecino que te veía donde menos lo esperabas; a veces para chivarse, otras para echarte una mano. Por aquel entonces las familias solían desarrollarse por generaciones que vivían en la misma localidad.
Los jóvenes, entusiasmados con los nuevos adelantos de la técnica, empezaban a comprar discos de Karina, Los Brincos, El Dúo Dinámico y a organizar “guateques”, donde se bebía, por supuesto, pero siempre con una tapa en la mano (tortilla, ensaladilla, empanadillas, croquetas, patatas bravas, aceitunas y cacahuetes).
Entrecruzar las manos, un beso o un bailecito “agarrao” ya daba para comentar hasta el próximo “guateque”.
P. D.: Papá y Mamá en la habitación del al lado, claro.
DOS
Cuando nos lanzamos a la vida con los veintitantos estrenados, época de los 70, el mundo sufría una gran transformación, todo lo que conocimos como estable durante las dos primeras décadas de nuestra vida comenzaba a cambiar vertiginosamente. Por un lado, eso nos estimulaba; por el otro, nos sumía en un tremendo desconcierto porque enfrentaba dos formas muy diferentes de entender y de vivir. Nuestros abuelos y padres, de una parte, y nosotros de otra.
No tuvimos mucho tiempo para decidir, es cierto, pero no nos quedó más remedio. En mi recuerdo, aquellos años convulsos mantuvieron en vigor parte de los modelos anteriores, la profesionalidad como base. Estudiar era un anhelo compartido. Y estudiar para aprobar cuanto antes. Eso de “¿estudias o trabajas?” no era una pregunta baladí. O estudiabas o te ponían a trabajar en un santiamén. El empeño prioritario de mi generación, por tanto, era independizarse joven y empezar a dirigir cada uno su vida.
Una vez demostrada la capacidad profesional, uno podía ser casado, soltero, viudo o monje, “hetero”, “homo” o “bi”, de derechas o de izquierdas, católico, protestante, musulmán, judío, hippie o seguidor de Ghandi. Si eras un buen profesional, lo demás podía ser disculpado, disimulado o simplemente obviado en la conversación. La admiración profesional primaba sobre todo lo demás.
Los buenos sentimientos, el amor, la amistad, el compañerismo, la lealtad, la compasión, se fraguaron con fuerza en esos momentos. Todos buscábamos el apoyo cómplice de quienes, como nosotros, pasaban por el mismo trance y además se alzaron como enseñas identificativas de ese periodo del que aún hoy muchos nos sentimos orgullosos. Enfrentados a las familias, la religión, el machismo y el silencio de siglos sobre el sexo, el amor y la vida, sin saber muy bien dónde apoyar los pies (pues todo era terreno resbaladizo) tratamos como pudimos de escoger y de elegir.
Muchas posibilidades quedaron abiertas en lo profesional y en lo social. De hecho la permeabilidad era mucho mayor entre clases, se podía empezar de aprendiz y acabar como empresario, o empezar de portero y acabar de director gerente, por poner un ejemplo, pero normalmente en sentido ascendente.
Los líderes sociales y políticos eran líderes naturales que se hacían en la brecha del trabajo diario y el reconocimiento de sus méritos a lo largo del tiempo. Cuando su nombre se hacía conocido mayoritariamente era porque sus hazañas se habían vuelto dignas de elogio.
Los amigos que conservo de aquella época son auténticos tesoros. Más de treinta años son muchos años de amistad. Vivimos la transición, tomamos caminos diferentes, pero siempre nos une aquel hermoso tránsito que pasamos cogidos de la mano. Nos necesitábamos tanto que, a pesar de trabajar en turnos de muchas horas, cada día sacábamos tiempo para encontrarnos en un lugar común (generalmente un bar o un lugar de tapas o copas). Llegaras a la hora que llegaras, siempre había alguien con quien charlar mientras se reunía el grupo y, si no, con el camarero, que ya se ocupaba de presentarte a alguien. Al final del día siempre había un momento de sosiego, música, libros, o el Un, dos, tres . Trabajábamos mucho, cobrábamos… no sé, ¿suficiente? El caso es que buscábamos el apaño para llegar a fin de mes y sentirnos satisfechos con “la extraordinaria” y el seiscientos; y aún nos sobraban unas pesetillas para panfletos que apoyaran nuestras causas.
¿He dicho satisfechos? Sí, lo he dicho.
STRESSS
Llegaron los ochenta, los noventa y el 2000, ese que estaba allí tan lejos en el horizonte. Así, a palo seco, de repente, el siglo XXI. Y henos aquí hechos unos supersónicos en el 2004, preguntándonos qué ha pasado, por qué cada día nos es más difícil reconocer el entorno. Ahora, eso de ser buena persona es una estupidez, la credibilidad personal se mide en billetes de 100 euros (¿alguien sabe de que color son?), los triunfadores tienen que ir con cara de mala leche, diciendo tacos y cubriendo objetivos supersónicos también, por lo que no queda más remedio que pisar, denostar, machacar y exprimir a sus congéneres y tragarse unos sapos de cuidado.
Ahora los listos salen de la universidad con tres másters y dos idiomas directamente a la dirección comercial de una multinacional con 24 años y con 5 de experiencia… ¡¡toma ya!! Y a los de 33, ya exprimidos como limones, al borde del infarto, pasan consecuentemente a botones, ascensorista o pre-jubilado. La línea profesional es ahora descendente; o va en picado, diría yo. Se comprende que el consumo de antidepresivos vaya en aumento exponencial. Por otro lado, los que no son tan listos, tardan diez años en acabar la carrera, ni estudian ni trabajan y viven en casa de papá y mamá, hasta que se cae la breva.
Todo el mundo está reunido, ocupado en meetings, haciendo role-palying, coaching, training, footing, storming, etc, etc. Tenemos teléfono móvil, fijo, Internet, parabólica, para que al final del día no hayamos podido cruzar cuatro palabras inteligentes con alguien que quiera escucharnos.
Ahora, en teoría, vivimos en una sociedad libre donde todo el mundo puede expresarse, en privado ¡claro!, no vaya a ser que sea políticamente incorrecto y alguien se sienta psicológicamente maltratado o denostado. Aquí el personal «se ralla» tan fácilmente como los antiguos discos de vinilo.
Todos somos iguales, ¿recordáis? Da igual si trabajas o estudias, te deslomas luchando por aprender o te tumbas a la bartola a protestar porque el sol no se ha dignado alumbrarte. El esfuerzo se queda para los otros, esos tontos que aún creen que eso sirve para algo. Y yo me pregunto: ¿sirve para algo? Es que ya no lo sé.
Ahora no da igual el trabajo que desempeñamos, la dignidad no te la da ser un buen profesional, sino ser un buen trepa. Ser honrado y trabajador terminará siendo delito… ¡qué gilipollez!, ¿a quién se le pudo ocurrir semejante tontería?, siempre habrá pringaos que trabajen. Y eso de “no deber ná”, ¿es que queda algún espécimen así?. Ahora ni siquiera sirve eso de “tanto tienes, tanto vales”. Ahora sirve “tanto debes tanto vales”. Er mundo al revés.
Podemos elegir, sí, pero los líderes son “mediáticos”, es decir, nos los pasean por la tele y aunque no sabemos qué han hecho en la vida, terminan por ser como el vecino de al lado, vamos… como de casa. Mirad el gran hermano. Carlos no sé qué, que escribe libros. Sabe escribir… ¡¡voila!! ¿Quién lo iba a decir oyéndole hablar. Cualquier día le sientan con García Márquez en un debate.
Los jóvenes se juntan para beber, sin nada que comer, los mayores seguimos comiendo y lo llamamos “copas” (aunque las cogorzas son similares). Ellos lo llaman “botellón”. Las apuestas siempre a ver quien mea más lejos o destroza más espejos retrovisores, y la noche acaba “potando” en alguna esquina o en una urgencia, con coma etílico. Si alguna “pivita” se pone a tiro, es que ni cumplir se puede, además después de haberlas visto miccionando y potando en plena calle, no sé, no me extraña que no haya mucho “feeling”
En las discotecas, hay que estar de pie, no se pude hablar más que a gritos, y se baila el “tecno” ese, que por lo visto precisa de unas pastillas para poder soportarlo toda la noche. Menos mal que siempre hay algún coleguilla más colgao, que te da un abrazo, aunque mañana no se acuerde de tu nombre ni de tu cara.
La televisión (bueno… siempre nos quedará la 2, triste consuelo) ya no es la caja tonta, ahora es el gallinero cutre de mentirosos, todo el día discutiendo de si la Merche, que salió con el Fernando, que era hijo de Manuela (y vaya usted a saber quién es Manuela), se acostó con Fede, que decía que era gay. Pero por lo visto es bi y nos ha engañado a todos, sin la más mínima consideración. ¡¡Ay Señor!! ¡¡La que ha liado el Fede!! Ahora habrá que investigar y tener a los medios de comunicación en alerta. Es trascendental descubrir qué cuerno es ese señor. ¿He dicho señor? Sí, lo he dicho. Eso dicen… es que ya no lo sé.
Para desengrasar, nos han enseñado asesinatos, masacres, decapitaciones, violaciones, guerras, torturas, malos tratos, sexo, todo en riguroso directo y sonido original (el último idiota se metió en un huracán para que no perdiéramos detalle). Vamos, que no podíamos ya vivir sin esas imágenes. ¿O es que “la pasta” merece jugarse la vida hasta ese punto? Es que ya no lo sé.
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¿ Si alguien nos ofreciera un jamón de Jabugo curado en la terraza de la casa de la playa o un Vega Sicilia envejecido en un un bidón de gasolina ¿lo aceptaríamos como normal o como algo inevitable acorde a los tiempos?
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¿Como es posible que preservemos el proceso milenario de crianza de un buen alimento el hábitat de especies animales en peligro de extinción y no tengamos ninguna consideración con lo que es esencial para un ser humano?
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¿Es posible terminar contribuyendo y aceptando como normal que nuestra propia especie se encamine a vivir y desarrollarse en un entorno hostil a su propia naturaleza?
Yo sí echo de menos los tiempos donde sólo se trabajaba muchas horas, y el objetivo era hacer las cosas lo mejor posible. Ser honrado, trabajador y a ser posible “milloneti”, pero sin dejar de lado el amor y los buenos sentimientos. Compartir con los tuyos lo poco o mucho que tuvieras, ayudar al que se esforzaba aunque no fuera el mejor, frecuentar a los amigos enfermos y a los viejecitos que siempre tenían suculentas historias que contar porque al fin y al cabo, lo que ellos fueron y vivieron ha sido el soporte de nuestra propia existencia.
PD. Tómese como un “desahoging”.
Nota: Si no comprendes algún termino, pregúntale a tu hijo o a tu abuelo.
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Haddass