Una noche en el camping. Por Dorotea Fulde

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Una noche en el camping

 

   Después de unas caminatas agotadoras, subidas y bajadas por el monte, juegos de balón y chapuzones en el río, llega para mí la recompensa de comida enlatada. Todos los demás cenan platos traídos de casa. El sol se pone y finalmente es la noche.

   Mis humanos duermen cada uno en su camastro de camping. Hay silencio; sobre un fondo de resoplidos, solo el abuelo ronca. Ahora se ha callado. Me levanto y sorteando piernas y brazos llego a su lado. Me mira desorientado. «Eres tú, Chucho?» Le acompaño afuera y cuando haya orinado vuelvo a guiarlo a su saco de dormir marcado en la oscuridad por su olor personal. Al fondo de la tienda, unos bultos se mueven entremezclados con mantas. Hay tensión en esa parte y vuelvo a salir de la tienda.

   Todavía no me he dormido cuando se acercan pasos vacilantes. El padre ha estado fuera y llega apestando a cerveza. No me ve y tropieza con mis patas traseras. «Aparta», le ladro pero no me entiende. Se acuesta y empieza a exhalar olores enrarecidos…

   Una mano pequeño se acerca a mi cara. Al chico de la familia no le gustan ni los ronquidos ni los malos olores. Acurrucado entre mis patas se queda frito. Poco a poco se van callando las ranas y los primeros pájaros comienzan a piar.

   Cuando la madre baja al arroyo con los cacharros de la cena, me mira y silba; muevo la cola pero no puedo levantarme sin desvelar al chico. Además una cabezadita tampoco me vendría mal…

Dorotea Fulde Benke

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