Send in the clowns.
Todavía a medio maquillar, se mira en el espejo con un poco de extrañeza. Hace tiempo que no se viste de payaso, aunque nunca se es extranjero en un alma propia. Hoy no se pinta la media lágrima en el pómulo derecho ni el rombo negro de arlequín en el ojo izquierdo. Nada de caras abotargadas o a medio gas. Hoy va a ser el payaso más feliz, torpe y contento del mundo. Le espera un grupo de niños ahí fuera. A medida que se adentra en el lento ritual, lentitud que otorga al rito un contagioso y especial aroma a sagrado, a medida que va deslizando la pintura sobre la piel con pulso firme para no salirse de la línea y no tener que embadurnarse la cara para empezar de nuevo, (cada minuto cuenta), ensaya mentalmente las escenas una a una. Mientras, se coloca la peluca despeinada. La nariz roja, su amuleto, la deja, por superstición, para el final. Antes, repasa la mímica graciosa, ese tono simpático y juguetón de un relato que sana sin palabras.
Sabrán, por descontado, que los payasos casi nunca hablan. No les hace falta. Se hacen entender. Ya demasiada palabrería oímos todos los días.
Tengo en mi lista preferida de reproducción de Spotify una canción que se titula «Send in the Clowns» del compositor estadounidense recientemente fallecido Stephen Sondheim, composición que escribió en 1973 para el musical “A Little night music”, premiada como la mejor banda sonora y que escucho con bastante asiduidad.
Evidentemente es imposible meterse en la mente de un músico que ni siquiera has tenido oportunidad de conocer. De todas formas, mi avidez personal hace que me pregunte: ¿qué pensaría este hombre cuando la compuso?. ¿Qué reflexión le llevó a pensar en los payasos, estas figuras con personalidad propia que te desmontan felizmente hasta provocarte la carcajada? Quizá pensó que el mundo, necesitado de ellos, va por unos derroteros insalvables. Y ciertamente, no andaba muy confundido.
De hecho, me hago eco estos días de una gran noticia. La Organización “Payasos sin Fronteras” está trabajando para que entre Ucrania y Polonia la infancia desprotegida sienta el poder sanador o curativo de la risa. Y en España también son muchos los payasos, dignos de mención, que trabajan en los hospitales de Valencia, Madrid etc. para convertir estos espacios tan desangelados en ambientes mucho más amables y llevaderos para personitas que justo han empezado a vivir. Ojalá los resultados y progresos en estos niños les avalen por todo el entusiasmo puesto en esta tarea y por qué no decirlo, también por un sentido vocacional de la misma.
Prométanme, que, si tienen ocasión, escuchan la canción que les he mencionado. Háganlo, por favor. Encontrarán varias versiones. Seguro que todas les llegan a encandilar el oído, como lo hacen con el mío.
Usue Mendaza