Se precisa políticos de valor. Ana Mª Tomás

Se precisa políticos de valor

 

No tengo brazos, así que no puedo llamar al teléfono que asiste a las violencias domésticas. Tampoco tengo piernas, por tanto, no puedo salir corriendo y evitar la tortura que estoy sufriendo en todo mi ser. Día tras día siento la degradación en mí ante la impotencia de los que me aman y desean estar conmigo, la desidia de políticos con falta de valor y de conciencia, y la feroz tortura de quienes me tienen secuestrada.

Al principio sentí la brutal intromisión como una violación. No entendía nada. No escuchaba la voz cálida de mi dueña, sino unos ruidos estridentes y presurosos; ni eran sus manos las que recorrían todos mis recodos con el agua fresca y limpia que mantenía aquella sensación tan agradable en todo el hogar, sino un atropello de armarios, de ropas, de registro de cajones; ni tampoco eran sus manos quienes preparaban en mi corazón el cálido alimento para toda mi familia.

Las flores que adornaban el patio de mi cabeza se secaron por falta de riego y de amor. Y el suelo de mi reducido jardín se fue cubriendo de mugre, de basura descontrolada, de orines, de restos fecales de estos bárbaros okupas que golpean mis paredes sin contemplación alguna. De estos intrusos que no me aman ni me cuidan ni me valoran porque jamás trabajaron ni un solo día para lograrme. Mis verdaderos dueños me compraron en los años sesenta, tras varias temporadas en la vendimia de Francia y un prestado bancario avalado por amigos de los que ya no hay. Entonces yo estaba vieja y triste, llevaba cerrada más de dos años desde la muerte de mi anterior ama, apenas entraba la luz en mí salvo por unos pequeños ventanucos, pero ellos abrieron mis ojos a la calle, y subieron techos y pintaron mis paredes y me llenaron de amor y cuidados. Apenas me hería con alguna grieta llamaban presto al médico-albañil y la restañaban. Aquí nacieron y criaron a sus hijos. A esos hijos con los que fueron a pasar unos días y que, al regresar de nuevo a su casa, ya no pudieron entrar aquí. Su dolor era mi dolor. Yo los llamaba a gritos mientras ellos lloraban ante mí y llamaban a una policía que se sentía dolorosamente incapaz de poder ayudarlos sin infringir la porquería de leyes imperantes. ¡Manda huevos que el ladrón tenga más derecho que la víctima!

Salieron a la calle los vecinos y, ante la desesperación de mis ancianos y desvalidos dueños, increpaban a estos crueles ladrones de vida que respondían a sus reproches lanzándoles libros de mi biblioteca por las ventanas.

A través de la televisión escucho que yo no soy la única a la que han violado individuos sin principios, compasión, respeto o cualesquiera nobles valores que el ser humano pudiera albergar. Pero cuando pienso en el dolor y la rabia que pueden estar sintiendo mis dueños no culpo tanto a este ‘gentuzo’ que me está destrozando por completo como a esos políticos cobardes, pusilánimes y sin vergüenza ni cojones u ovarios que no lo impiden, que permiten que unos gandules ladrones le roben a unos ancianos o no ancianos el trabajo, el esfuerzo de toda su vida sin hacer nada ¡Nada!

Maldigo a los políticos que, teniendo que velar por la seguridad y la inviolabilidad de los hogares de los ciudadanos, no lo hacen. Pero sí se aseguran de que los suyos se conviertan en fortalezas inexpugnables, incluso con medios y Fuerzas de Seguridad del Estado que pagan todos los ciudadanos y ante los que han mostrado un desprecio y una incoherencia alucinante.

Mis dueños y los dueños de otras casas a las que los okupas abordan y destrozan sin piedad, y los dueños del resto de casas que viven atemorizados pensando que cualquiera de sus obligadas ausencias puede ser el inicio de una pesadilla infernal, necesitan políticos con valor, con sentido común, con un mínimo de lógica aplastante o, al menos, con una pizca de misericordia capaces de enmendar estas injustas y demenciales leyes que torturan a tantas familias antes la pasividad del resto de políticos, sean del color que sean, unos u otros.

Y si no lo hacen que tengan, al menos, los arrestos de ponerse delante de esos damnificados, delante de mis viejos y achacosos dueños, que los miren a los ojos, les mantengan la mirada implorante y les digan: «Soy un cobarde, pero mientras mi casa esté segura… la suya me importa un bledo».

 

Ana Mª Tomás

Laverdad.es

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