SAFO
Poesías
Traducción y comentarios de Juan Manuel Macías
Biblioteca La Oficina, Madrid, 2017
Quedan solo fragmentos de su obra. No se sabe si llegó a escribirlos o solo los recitaba porque, cuando vivió Safo, la escritura alfabética apenas llevaba trescientos años entre los griegos y tenía un carácter ritual.
Es probable que ella la utilizara como «una prótesis para la memoria», opina su traductor Juan Manuel Macías. Durante generaciones, los alejandrinos copiaron sus poemas en papiros. Para ellos Safo estaba ya tan lejana como para nosotros pueden estarlo Quevedo o Góngora. Luego, «el paso del tiempo, las arenas del desierto, el puro azar han ido diseminando silencios y han edificado, muy lentamente, ese poema extraño que hoy los filólogos denominan los fragmentos de Safo». No queda de ella ni un solo poema completo. Incluso al «Himno a Afrodita» le falta un trozo al principio del tercer verso de la quinta estrofa. Solo estrofas, fragmentos, retales, como ha rebautizado Macías a la calderilla final. El último hallazgo se produjo en 2004, cuando en la Universidad de Colonia despojaron con cuidado a una momia egipcia de los papiros que la envolvían y aparecieron trazadas las palabras de un poema de Safo. Compuso sus versos en griego para oídos griegos del siglo V a. C. Y no obstante han mantenido vivo su misterio hasta nuestros días, después de haber cautivado a genios como Catulo u Horacio, como Swinburne o Jorge Guillén. Los que no sabemos griego antiguo jamás leeremos a Safo, nos advierte Macías, que considera que traducir poesía es «una superstición». Pero añade que la voz de la poeta sigue sonando «como una planta terca que crece en todos los eriales, incluso a despecho del frío». Macías ha vertido al castellano todo lo que se conoce de Safo, incluso las palabras sueltas, y critica que los filólogos hayan invertido más energía en especular sobre quién era y con quién se acostaba que en desentrañar su poesía. Al fin y al cabo, todo lo que sabemos de ella está en esas palabras fragmentarias. Pero aquella mujer que vivió hace veinticinco siglos en Mitilene, en la isla griega de Lesbos, aún nos habla: «La luna se ha puesto. / Se han puesto las Pléyades. / Media la noche. Pasa la hora. / Y yo duermo sola».
Arturo Tendero