Tamara está escribiendo las últimas experiencias sexuales que ha tenido en su diario. Un «aquí te pillo y aquí te mato» con preservativo incluido. En el último mes, ha estado con tres chicos que apenas conocía. Es una joven hermosa, moderna, sin pareja estable y muy precavida: nunca practica el sexo a pelo.
El sonido del WhatsApp la turba. Lo mira: «Tamara, recuerda que tienes cita a las 19:30h para hacerte un piercing umbilical» (emoticono sonriente) —resopla—. Mira el reloj. Se prepara la merienda y sale hacia el garito.
Antes de entrar en la sala quirúrgica, elige un abalorio de plata con una circonita. El tatuador es un jamaicano con truños hasta la cintura y ojos índigos, llamado Khenan.
―Anda, pasa sin miedo y túmbate en la camilla. Eres una veterana de los tatuajes. Esto apenas te dolerá ―indica el rastafari con amabilidad.
Tamara se posiciona. Aprieta la boca con la punzada de la aguja; un hilillo de sangre resbala hasta su barbilla. Sin embargo, el contacto de los dedos de Khenan enfundados en látex la excitan muchísimo. Sus labios vulvares se dilatan.
―Khenan, ¿podrías hacerme otro piercing en la boca? ―demanda, pícara, señalando su hocico. Apetitoso como las fresas.
―Mujer, claro. Pero es tan sensual que me da un poco de pena… ―insinúa el rasta con mirada devoradora.
Tamara no soporta la TSR entre ambos; está empapada como una esponja marina. Se levanta y atrapa a Khenan de la camiseta. Las bocas húmedas y deseosas. Las lenguas degustando el paladar descubierto. El artista se deja querer en un baile erótico, masajeando los hermosos glúteos de la joven. Seguido, despasa los botones de su camisa y roza sus pezones. Rosas. Virginales como los de una semivirgen recién estrenada. Quiere adorarla. Mordisquea su esbelta figura y desciende hasta los bóxer de animal print. Tamara abre las piernas. Él babosea su abdomen. Acaricia los muslos hasta llegar a su sexo y lamer la oquedad ardiente con fragancia a estrógenos que lo hipnotizan. El vientre de la hembra se agita repetidas veces.
―Tamara, me gustas demasiado. No quiero precipitarme… ―comenta Khenan, sutil.
―Lo cierto es que me atraes mucho. Pero… ―se queda pensativa.
―No te agradan los truños. Es lo que ibas a decir, ¿verdad? ―sugiere el macho. Mirándola intensamente.
―¡Qué va! Iba a decir que nunca me has mirado con apetencia —levanta una ceja.
―Mujer, ¡soy un profesional! No puedo tirarle los tejos a las clientes. Así porque sí…
―¿Y hoy qué te ha sucedido?
―No he podido reprimirme.
Vuelven a besarse. Khenan juguetea con las ondas azabaches y sedosas del cabello de Tamara. Lo huele. Masajea su cuero cabelludo como si fuera un bobtail. Ella se estremece: escabulléndose de la situación. Saca del bolso un Durex Sensitivo Contacto Total; amasa con delicadeza el poderoso falo del jamaicano y se lo coloca. La compenetración del apareamiento es absoluta. Dos cuerpos extenuados con músculos trémulos.
Tamara descubre que siempre ha tenido mala suerte con los hombres. La mayoría han pasado por su vida como un torrente de lujuria carente de afecto, al margen de sus necesidades y deseos. La experiencia con Khenan ha sido más que gratificante. Una sabrosa golosina paladeada con los cinco sentidos como las tartas de moka: sus preferidas.
© Anna Genovés
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V-488-14
Buena forma de narrar. Es difícil tratar el erotismo con esa sutileza. Me gusta.
Un abrazo.