Sin más confeti del necesario.
Mira por dónde, tal vez las vacas flacas nos sirvan para rebobinarnos hasta algunas lejanas noches de Año Nuevo, noches irrepetibles en blanco y negro, sin un duro, sin pavo al chilindrón, caviar de beluga ni anuncios de burbujas. Sin histéricas compras de última hora ni jolgorios etílicos. Sin más confeti que el estrictamente necesario.
Cuando la casa quedó en silencio después de la fiesta, noté enseguida que no iba a ser fácil coger el sueño. Acababa de cambiar de año sin cambiar siquiera de loción de afeitado. Pues vaya… Empujé la puerta del tiempo y me vinieron a la cabeza ciertas aventuras. ¿Recordaba las de aquel curso con…? ¿O aquéllas en…? Naturalmente que sí. Entonces ser joven no significaba una simple etapa que cumplir, sino practicar la oposición sin renunciar en ningún momento a cambiar el mundo. Luego vino la vida, que nos enseñó las tripas y con ello sus rebajas.
De entre los vinilos de los setenta apilados en la librería escogí uno de mis favoritos. Me senté abstraído en la terraza. Fue arrancar el picú y el cerebro me hizo clic: maldita sea, la voz de Ella Fitzgerald me sonaba diferente a la de aquel fin de año en la playa –guitarras, cazadoras de aviador y quevedos a lo John Lennon–, en el que nos quedamos dormidos esperando la salida del sol. Miré al cielo y fui capaz de percibir que la bóveda celeste quedaba alta y diáfana, con un ejército de estrellas capitaneado por una luna refulgente como un denario de plata. Me entraron ganas de aplaudirles; a la luna, a las estrellas y a la Fitzgerald.
Sospeché que, a pesar de que la Tierra y yo éramos un poco más viejos, al día siguiente todo iba a funcionar más o menos como siempre. El Universo girará sin inmutarse, y al acostarme se habrán iniciado en millones de galaxias infinitos movimientos energéticos. Por la mañana me despertaré con la esperanza de que la ventana me regale una luz de primera calidad que ahuyente los fantasmas de mis problemas. Para cuando las amas de casa invadan los mercados, en la tele y en la radio sonarán, aburridas, las peroratas de políticos que echan sal en las heridas, gasolina en el fuego y encienden hogueras donde no las había; una ínfima parte del planeta querrá adelgazar mientras la mayoría muere de hambre, y las ninfas de medidas áureas se refugiarán a la sombra de los millonarios. Nada nuevo.
Reconozco que vivimos tiempos difíciles, oscuros, mediocres. No tengo la menor idea de los acontecimientos por los que se nos recordará en el futuro, cuando los de ahora se hayan transformado en un minúsculo apartado de las enciclopedias. Pero no hay que preocuparse. Con un poco de suerte, cuando ya no quedemos ninguno de nosotros a este lado del telón, en algún lugar perdido de un cruce de siglos se producirá un hecho que nos dignificará. Una adolescente, seguro que muy guapa, abrirá su libro de Historia por nuestra página y depositará en ella una carta profundamente romántica aprendida de memoria, junto con dos o tres pétalos. En ese mismo instante quedará perfumada nuestra civilización y redimidas sus múltiples miserias.
Por mi parte, recostado en la sosegada voz de la Fitzgerald traté de recuperar algunos momentos felices de mi vida, sin otra pretensión que volver a experimentarlos, e intenté construir con ellos una barricada que nunca fuera demolida. Sé bien que es preferible no llorar por los seres queridos que se fueron, por los buenos ratos que pasaron, por las luchas que sacrifiqué a la pereza o por los placeres a los que renuncié por prudencia. Porque sé que ya no sirve de nada. En lugar de ello, levanté mi copa de vino y brindé sonriendo con la primera luna del año para que yo sepa preservar algunos de los reflejos más puros del alma humana, como ases de la baraja que lanzar sobre el tapete cuando las cosas vengan mal dadas. No debo ser exigente; bastará, por ejemplo, con seguir cultivando la fe en mis vecinos, guardar una cortés desenvoltura en el trato y cierto grado de esplendidez a la antigua, mantener unos niveles dignos de civismo y la sensibilidad puesta al día. Sólo eso.
Rafael Borràs Aviñó
Colaborador de Canal Literatura en la sección « Desde mi sillín»
Consigues que me sumerja en cada frase…Cuando sea mayor quiero escribir como tú. Un abrazo.
No escribirás como yo, sino mejor. Te leí hace poco y no tengo dudas sobre ello.
Gracias, Júpiter, la chica de las adivinanzas con yemas de huevo y de las pestañas rebeldes que se meten donde no toca. Feliz año.
Los que ya vamos teniendo cierta edad (entre lo que me incluyo) manifestamos una cada vez mayor tendencia a la nostalgia, sentimiento que tu reflexión describe con una claridad de ideas y un estilo impecables. El final, un sencillo canto a la esperanza y al optimismo, redondea de forma excelente el texto. Lo único que me ha confundido en algún momento es la alternacia entre los tiempos verbales pasados y presentes, aunque el estilo en este caso quizás lo requiera.
Un abrazo literario
Gracias Ambrose, tú siempre ahí.
El narrador reflexiona en presente, predice en futuro y narra en pasado. Me salió así, mezclado, tambien sin más pretensiones.
Los que en lugar de una «cierta edad» tenemos una «edad muy cierta» (la fase siguiente a la tuya), o acotamos la tendencia a la nostalgia o nos ponemos pesadísimos. Este texto ha sido sólo un fugaz escape.
Un abrazo.
¡Vaya por Dios! Releyendo tu texto me percato ahora del efecto que buscabas en el uso de los tiempos verbales. ¡Torpe de mí que no fui capaz de darme cuenta! Soy un pésimo crítico literario.
Acepta mis torpes disculpas
Tenías razón. Releyendo tu texto, comprendo ahora toda la intención en el uso de los tiempos verbales. Magistral, pero no fui capaz de darme cuenta del detalle. ¡Soy un pésimo crítico literario!
Es evidente que me he repetido, pero pensé que el primer comentario no había llegado. Sorry.