Recibir el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez es un aval de que vamos a enfrentarnos a un poeta grande. Sonata para un abecedario, del asturiano Javier García Cellino, consiguió este galardón en 2005 y ahora ha caído en mis manos con la contundencia de un relámpago.
Nos encontramos ante un torrente de poemas sólidos, de largas tiradas como versículos bíblicos y un surrealismo favorable a la sorpresa y a la reflexión. A lo largo de las veintitrés composiciones que vertebran esta pieza musical y sonora, cada una de las cuales se inicia con una letra del abecedario desde la a hasta la zeta, el autor no deja de exhortarnos, de provocarnos cierta incomodidad a través de metáforas puras; una profusión de imágenes ricas en connotaciones que nos evocan un mundo triste y sin cigüeñas, donde el mar es de basalto y los ríos de ceniza; donde las repeticiones y los paralelismos, como una salmodia, como las cada vez más complicadas variaciones sobre un mismo patrón armónico, insisten en crear un clima claustrofóbico y a veces apocalíptico: el poeta enfrentado a la necesidad de actuar, de caminar, de preguntar al lector, cuya atención reclama continuamente, al que plantea a codazos todas sus obsesiones y el malestar ante las inexactitudes del mundo, con quien establece un diálogo que incomoda.
E incomodan también sus paisajes faltos de matorral, su insistencia en el frío, la lluvia y la nevada; su adentrarse en la noche. Y el tono petitorio, como un lamento; y sus imágenes de animales sacrificados, de pájaros deshuesados como un mal augurio; el entorno húmedo de cauces y de flujos sanguíneos siempre enlodados, como el légamo de las enfermedades.
Pero, si algo consigue en esta poesía onírico-simbólica, con su lenguaje áspero y su ritmo solemne de tirada épica; con sus referencias a la Antigüedad clásica como una eterna cuenta pendiente sin resolver, es que en nuestra retina se formen y se fijen esas imágenes con la fuerza indeleble de la abstracción. Acostumbrados a leer historias o historietas en las que solo nos interesa avanzar por un cúmulo de anécdotas que se repiten, la poesía de Javier García Cellino trasciende cualquier fábula y nos ordena detenernos, nos exige mirar y rendirnos al estupor, con sus imperativos impiadosos y su latente violencia, con sus múltiples lecturas según el estado de ánimo y el deseo de inmersión de cada lector. Con su proclama del fin de una era.
Debo confesar que esta prosa poética o poesía narrada hacia la que manifiesta haber evolucionado Javier García Cellino ha hecho que por un momento me olvidara (y me avergonzara) de mis propios y pobres versos y me compadeciera de mi ignorancia. Quizás nada de lo leído en los últimos tiempos me ha zarandeado tanto como, parafraseando al poeta, esta invitación a despojarme de mi carne y abrir las ventanas a un nuevo orden.
Desde aquí, y con urgencia, os invito a sumergiros en esta poesía diferente y vibrante, abstracta pero a la vez tangible, dura como las aristas de las estatuas y los filos de los cuchillos con los que cercenar «la feroz mansedumbre de los días».
IV
Dame la fe en el ojo de los perseguidos, en el
fruto maduro de la hoguera, en la mujer enamorada
y en los ciegos que guardan coplas en
sus bolsillos con la misma confianza con que
otros atesoran el estaño dorado de sus sueños.
No me des la fe del crédulo por horas, ni las falsas
monedas que se agotan en la soga del ahorcado,
ni digas que es amor todo lo que reluce
debajo de tus párpados.
No mires hacia atrás. Camina. No hagas como la
mujer de Lot. No te conviertas en estatua, ni
busques en el espejo otro cuerpo distinto al tuyo.
Camina si quieres que la vida te regale una tregua
para el amor.
Javier García Cellino (La Felguera), licenciado en Derecho y en Historia del Arte, pertenece a la Asociación de Escritores de Asturias. Colaborador en el diario La Nueva España en su sección «Cuencas del Nalón», ha obtenido varios premios en narrativa y poesía. Entre sus obras destacan Arquitecturas prohibidas (editorial Cuadernos del Bandolero, Gijón, 1993); La ciudad deshabitada (editorial Cuadernos del Bandolero, Gijón, 1994), Premio «Gerardo Diego» de Santander; Cuaderno para un viajero solitario (editorial Luces y Sombras, Tafalla-Navarra, 1995), Premio «Fundación María del Villar Berruezo» de Tafalla; Disposición de la materia (Diputación Provincial de Soria, 1997), Premio «Leonor» de Soria; Oficio de navegación (Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 1999), accésit del Premio «Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria»; Homéricas (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2004); La vieja música (editorial Norte, Gijón, 2004), en colaboración con el poeta asturiano Juan Ignacio González; Sonata para un abecedario (colección Juan Ramón Jiménez, 2005), Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2005; y Territorio para el fuego (Ediciones Vitrubio, Madrid, 2012.
Elena Marqués
Dama Literatura 2013