REY
Un azul encerrado en el pecho,
metálico, fuerte,
como escudo donde el conquistado debe mirarse:
un azul rey. Eso serías
frente a mí, mientras me hinco;
y doblegado, no tanto por vocación
como por la voluntad de honrar,
tus calzoncillos bajaran hasta los tobillos
(la camisa de futbol siempre puesta):
el rey premia a veces.
Y no da órdenes, no exige
cuando quien lo sirve
conoce el quehacer; y se entrega
con la cabeza baja a lamer el cetro
y besar con delicadeza la cifra de ese poderío
(el escroto guarda algo mejor que al cerebro genial).
Así es como en principio sabe sacrificarse
(el orgullo henchido,
el amor patriótico ondeando en el cielo),
hasta el último de los estertores
que ha reconocido inmediatamente
y apura la última gota
y limpia con la lengua y agradece, en sí, al otro
(no medió la palabra;
sólo la docilidad que se perfecciona al momento
y corona, con la boca, el glande sin prepucio),
todavía frente al sillón, en que ambos,
por una vez en la vida,
habrían de realizar el mito,
atávico, de la majestad
y sus complicidades.
Aleqs Garrigóz