Yo vengo de la tierra del sueño inaccesible,
a la que el europeo se arriesgó sin saber:
nada más peligroso que una fe irremisible,
nada más improbable que el ansia de volver.
Yo soy esa mixtura que parieron las naves…
(barcos que fatigaron el mar hasta este sol),
soy la tristeza a cuestas de malheridas aves,
soy un vate italiano… y un hidalgo español.
Yo soy la rara avis de un pueblo envejecido,
la sombra que en la tarde alarga su existir,
que ablándese en el agua, que persiste al olvido,
que ennegrece la tierra, que se niega a partir.
Mis creencias son simples: nada pido ni debo,
mis letras han sabido mantener lo que soy,
con ellas he pagado los cabernets que bebo,
los trenes que me acercan a los sitios que voy.
¿Ideas? Tengo pocas, pero sé repetirlas.
¿La patria? Una condena que no debo cumplir.
¿Religión? He tenido y aún sufro sus esquirlas.
¿El arte? Un gran misterio que no puedo eludir.
Me encantan los colores de la aurora naciente
y olor de la noche que no quiere marchar,
el descanso en la hierba, la presuntuosa fuente
donde mi sed humilde me atrevo a mitigar.
La avariciosa luna que se arruga en el río,
que a veces he probado con mis manos mecer ;
mi sueño más inútil: por inútil, por mío,
y el perfume del aire cuando está por llover.
¿Si de amor he sufrido? ¿Existe en esta vida
algún otro motivo para poder sufrir
que un corazón deshecho, la piel del alma ardida,
las ganas de mentirse sin saberse mentir?
He amado con locura a esa que no me quiere,
la que me ha lacerado la carne sin cesar,
porque fui como el ave que al viento que la hiere
le dedica su canto sin medir, sin pensar.
Sabe tener la gente costumbre de morirse,
no creo que mi caso pueda ser la excepción,
presumo que una tarde, quizá sin afligirse
la Mano Misteriosa culmine mi función.
Y habrá algún distraído que cante un aleluya
en la placa que rece: “aquí descansa en paz”,
y una flor deshojada y una lágrima tuya
y un puñado de tierra. Eso sí, nada más.
Marcelo Galliano
Argentina