No hace falta que digas,
no hace falta que modules el aire,
como un pájaro,
también tu cuerpo imprime, sin saberlo,
un discurso fugaz
sobre la atmósfera.
Las palabras no esperan su designio en tus labios
y escapan, sin quererlo, de si mismas,
de esa cárcel que forma su cuadrada existencia.
Así de simple,
vas cerrando los labios
y ese espacio,
cada vez más pequeño,
conversa sin nosotros
de nosotros.
Allí, sin voz, ordenará las fechas,
formulará preguntas,
hablará de montañas
y de vértigos,
de lo que asciende, a veces, desde el pájaro muerto,
de la palabra siempre
y su costumbre
de arrojarse, suicida,
al rebosante fondo del vacío.
Allí,
sin voz,
mientras la inercia cierra
lo que abrió la ternura tantas veces.
Quizá todo es más fácil cuando no se comprende,
cuando el misterio arrastra
el idioma soluble de los presentimientos.
Del mismo modo,
lo que no se ha dicho
puede surcar también distintas cumbres,
distinta realidad,
distintos labios,
y en el aire lacrado por el beso
sobrevolar su tiempo retenido.
Nadie sabe hasta cuando las palabras en fuga,
hasta cuando en el aire,
y a punto de estrellarse,
nuestros pájaros.
Luis Oroz.