Levanta la cabeza
Solo te quedaste
con el diablo
que veías entre
mis piernas
cada vez
que entrabas.
Oíste los gritos
de sirenas
envidiosas,
en lugar de
bañarte en los míos
(por todos los demonios,
con lo que yo te he amado).
Dejaste las frases
más canallas
y más sucias
en el suelo,
tiradas,
junto a mi ropa
sincera
y a esas braguitas
blancas
de algodón
que tanto te gustaban.
Y te fuiste,
con la cabeza muy alta,
y limpia,
pero con el corazón
lleno
de mierda.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azúcar»
Blog de la autora