Esta es la historia de Pedrito «el piruleta»,
conocido así desde los tiempos del colegio,
donde era el primero en caer de rodillas a
cambio de unas monedas para comprarse
un bocata en los recreos.
Con el devenir de los años, fue a parar a prisión,
donde le rompieron el culo y el alma tras
participar en una carrera a la deriva sobre
la autopista sin asfaltar del mapa de la vida.
Salió del trullo con cuarenta años,
y el espejo ya no le devolvía ninguna imagen suya,
ni tan siquiera una desvirtuada, dándole la espalda
como habían hecho todos, todos, todos…
Un camino duro marcado por la decepción,
la mala fortuna y las bofetadas de la vida.
La primera, por amanerado.
La última, por morder a un cliente que andaba
algo despistado…
Y entre ambas, las de siempre de su violento padre
y sus hipócritas hermanos.
De día, siempre en la plaza San Francisco,
vendiendo kleenex robados en el súper de la esquina;
de noche, chapero en la recta de Sotoliva,
ornato clásico ante los coches de ida y venida,
entre cuerpos desvencijados, entre muñecos rotos.
Una tarde, oyó hablar de las noches de sexo furtivo
en Piquio, entre palmeras, luces verdes y niños ricos,
y allí fue a parar, para cambiar en el juego
de póker, con una baraja sin macar.
Se dejó chulear por el madero más
violento de la Comisaría Central,
dejándose acariciar por su porra…
dejándose marcar por su placa…
dejando que su mirada se dirigiera a la nada
más absoluta.
Una noche, de hace tiempo ya,
Pedrito «el piruleta» durmió el resto de su vida
sobre las rocas de un acantilado,
tras un palizón de esos de turno
que propinan los que velan por la
seguridad ciudadana, la moral y las buenas costumbres.
Nadie se hizo eco de aquello,
nadie reclamó su cadáver,
nadie le conocía…
Tan sólo un poeta que, de oídas,
le dedicó una necrológica que el
periódico se negó a publicar.
La otra tarde, vi a un joven apoyado
en la balaustrada de un parque,
con su mirada perdida,
con su rostro esculpido por mil desgracias,
con sus ojos marchitos y apagados,
y al igual que aquel Pedrito,
al rato, reanudó su viaje hacia ninguna parte.
Sin un cruce de miradas,
sin nadie que le hablase,
sin un guiño cómplice,
sin nadie que le abrace.
«Adiós, Pedrito», le dije.
Porque todos sois como aquel
al que llamaban «el piruleta»
desde los tiempos del colegio.
(c) Isidro R. Ayestarán, 2010
fotografía (c) POWEREDby NEL, 2010
realizada durante mi espectáculo CABARET,
en el Café Doble Arte de Santander, 5 – marzo – 2010
EL CABARET DE LOS SUEÑOS
http://cabaretdeisidro.blogspot.com/
No me había detenido a leer esto en su momento y al hacerlo ahora he sentido que dejaba pasar una gran oportunidad de conocer otro tipo de poesía cruda, urbana con cicatrices, dura y real. Tal vez en unos contextos que se nos escapen a muchos por su ubicación, pero al mismo tiempo admitiendo que el poeta es un ser tan universal que ningun mundo le puede ser negado.
Todos somos marginales, pero gracias por acercarnos a ese otro lado de la marginalidad.
Mil gracias por tu comentario.
La verdad, es que la marginalidad y los personajes solitarios y decadentes (decadencia impuesta o elegida voluntariamente)forman parte de mi obra desde siempre.
Espero seguir «acercándote» a mi obra.
ISIDRO