Ha venido a pedirme que regrese,
a inyectarme en la piel el botox transparente de su complicidad.
Trashumante dormida,
vuelve y desplaza su flexible gravedad de kilómetros
y va doblando el mundo
en el libro de mapas del deseo.
Allí, muda y distinta,
habla otra vez sobre una edad difícil,
entorna las ventanas de mi casa extrajera
y pregunta en voz baja;
como un rezo que absorbe la distancia y el tiempo,
como un secreto en la canción del aire.
-Y cruza una pelota sobre el aro de los remordimientos.
La nostalgia es un grito, le respondo;
una boca pequeña que te besa en los ojos
o una luz que modela alguna oscuridad de plastilina.
Conozco ese lugar;
esa calle sin suelo, esa casa sin huéspedes,
esa mesa de humo donde apoyar los brazos
que sujetan la historia,
y la torpe ambición de un exiliado
que surge de la tierra con sus manos estériles,
su anestesia de pájaros,
para tirar mil piedras contra el agua de la felicidad.
¡No voy a regresar!
pero puedes pedírmelo,
tu voz son cinco amigos jugando al baloncesto
en la estrecha canasta del oído.
Luis Oroz
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