Como si hubiese un pájaro en ti misma,
midiendo el viento,
mirando alzarse las mieles de tus ojos
a tus flancos desbordados,
a tu braceo de agua tibia,
crisma de existencia: ¡te beso!
Levantas el haz de los colines de garganta negra
a tu cabello y cesan tus mejillas
el ascenso del sol.
Es claro que llevas el cieno y los ríos.
Tú también soplas la tierra.
Y eres ligera, sutil,
vaivén que se ilumina,
la arista del firmamento cuando azul reclina.
¡Y te beso!
Cantas en mí al desnudarse mis silencios.
Y eres ilegible: entre la armonía
y la posible comunión de amor y vida.
Te aproximas al aire como un cenzontle
que al mar va reemplazando.
Es entonces que entiendo de tu vuelo.
Y para hablarte,
abro los ojos alrededor del cielo
donde la brisa un perfil dibuja… ¡Y te beso!
Es claro que tú cantas en mi pecho
y perduras no cayendo.
Vas trepando escarchas, célibes encinas,
trinos de avecillas, nubes escondidas.
Y te beso…
¡Con qué fertilidad te beso!
Sobre el giro de los aires,
también yo te imagino.
Y procuro que fulgure
saciándose de tu aire,
de ese que respiran las alas al abrirse,
porque tienen dimensiones
de ángeles plumajes,
porque llevan los graznidos
a lo inimaginable.
Y te beso…
¡Con qué fertilidad te beso!
¡Con qué fulgor te quiero!
¡No hay pájaros sin vuelo,
ni labios sin el cielo!
Te beso… con el celaje tenue
de un simple carpintero,
como si el viento fuese
la eternidad de un cisne.
¡Es claro que te quiero!
Reúno mar y suelo en la tersura
nacida en tu cabello,
en la acrobacia de las cortinas
que brotan del ascenso,
en el planeo enmudecido
de un solo y simple beso.
¡Con qué cielo te beso,
que a veces no me alcanza
abarcarlo sin el vuelo,
a veces no conjuga
todo el silbido del pío
que emana de mi pecho!
¡Con qué cielo te quiero,
que anidas tú mis besos
donde se incuba la potestad del cielo!
¡Con qué silencios beso,
que cuando emigra el ave
se los lleva de arrullo
buscando devolverle
a su cauda un consuelo!
Sí… ¡Es claro que te quiero!
Y es claro asir los brazos
cual aspas para el viento,
sentirlos como velas de arena en movimiento,
llenarlos de plumajes,
vocalizarlos soñolientos,
y en la pulpa del aire
sentirles recorriendo,
con el suave tacto,
el beso de tu boca
de pájaros del cielo.
Salvador Pliego
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