Dice mi hermano pequeño
que en mi primera comunión
fui feliz.
Seguro
(aunque él no la recuerde).
También me cuenta
que mi madre
me compró un vestido
blanco
de tul.
Mentira,
era heredado
(en mi casa de siete
hermanos,
siempre se ha compartido
la ropa
y el chicle).
Después hablamos de
regalos
que tampoco recuerdo y
de la tarta de chocolate,
—que manchó el vestido
heredado—.
Mi hija no hace
la comunión
porque lo ha decidido
ella con su madurez
de mujerpequeña.
Santa
palabra.
Hoy compramos
a los niños de diez años
su incorporación
inmediata a la iglesia:
una moto con casco,
un ordenador
y un fajo de billetes
son el precio de la entrada.
Aunque, tal y como están las cosas,
quizás yo me confirme:
necesito
un lavavajillas
nuevo.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora