Cada amigo tiene un gusto particular,
un tono particular de la gama de la luz.
Lo sientes –y no podrías apalabrarlo–
en la flor del corazón:
nítidos placeres
como distintos son los reflejos de la naturaleza,
los soles de seguro calor.
Una asamblea de sangre viva
cuando los ves y sonríen para ti
con una llave adecuada,
y se anima, rejuvenecido, el espacio.
Cada cual ama a su modo.
Uno te cauteriza de rubor en su abrazo;
el otro convoca la paz
frente a la marea rompiente del océano.
Éste enlaza las ganas de bailar y gritar
y soñar bajo la música de los astros;
se adormece en tu hombro. Aquél
aprieta la mano con energía,
despierta al guerrero interior;
y te empuja, con mesura,
a morder un pedacito de expectante horizonte.
Reservorios de caridad,
cada uno sabría diferente
–con matices de humano animal–, al besarlo,
si te atreves inocente.
Aleqs Garrigóz