«Sé que me va a costar lo indecible dotar de credibilidad esta parte de la historia.»
Andrés Ortiz Tafur, Yo soy la locura
De un libro de relatos llamado Yo soy la locura, que empieza con una cita de Raymond Chandler y del que, en su contraportada, Ángel Silvelo dice que «… en cada relato… se encuentra todo un largo y complicado tratado sobre el comportamiento humano», podría pensarse que poco nos va a sorprender. Más si ya se ha leído, del mismo autor, Caminos que conducen a esto. Piensas que no va a sorprenderte, y te equivocas.
Andrés tiene, es cierto, parte del estilo de su admirado Chandler. No vamos a encontrar historias bonitas, ni sencillas, ni alegres. Y la locura que anuncia el título se presiente a la vuelta de cada página, o en el siguiente párrafo, o incluso en esa línea que vamos a leer detrás de esta que ya nos ha encogido el alma.
Y, sin embargo, la locura de Andrés, en ocasiones, nos deja una sonrisa. Porque hay ternura, amor por los personajes, comprensión de sus antecedentes o sus causas y, por tanto, de sus consecuencias. Porque la vida, al fin y al cabo, es eso: locura, pasión, sorpresa y monstruos. La vida está llena de encantadores monstruos con los que hay que convivir, y la locura no es el peor de ellos. Por eso, miente Andrés cuando dice que le va a costar dar credibilidad a su historia; Andrés dibuja la cara que quiere mostrar de la existencia sin filtros, ni velos, ni trampantojos. Y nosotros sólo somos lectores desnudos frente a un espejo. O, a veces, al otro lado del espejo.
Consigue meternos en sus cuentos, identificarnos con sus protagonistas, sin trucos de prestidigitador, para, con una técnica depurada hasta pretenderse imperceptible, hacernos cómplices de la aceptación. Somos Jack, o incluso Helen, en Jack Potter. Viajamos en círculos creando nuestro mundo. Firmamos acuerdos inasumibles —no sé si aún más locos que firmar hipotecas—. Aceptamos que el hijo es nuestro. O que no. Qué importa, si todo es posible.
Pero ¿y lo imposible? ¿Qué pasa con la reencarnación, con los presentimientos, con la traición y la mentira? Andrés refleja en sus relatos que no necesitamos mucho para creer, para creernos, para asumirnos y adaptarnos. Que no hay que pelear contra la locura, sino llevarse bien con ella.
Yo soy la locura, que da título al libro, enfrenta de cara el tema en sí, la locura llamada por su nombre y encerrada en un sanatorio. La locura contagiosa, excusada en la muerte y la ausencia, en la vida y el sexo. Hay —lo dice A. Silvelo— mucho sexo en relación con la locura. Sexo y alcohol en el —para mí— quizá el relato más flojo del libro, el siguiente, una vuelta de tuerca más al cuento de la puta enamorada. Alcohol, sexo y poesía que se funden en el delicioso El hijo del baterista y la cantante, el relato que más me ha hecho pensar —y, seguramente, el que más me ha gustado— con ese juego inteligente entre la verdad y la mentira.
La locura, a veces, no es locura. Es el sumidero de la tristeza, el desagüe de los sueños que no se cumplieron. Y es dura, amarga y terca. Es muy Chandler, de nuevo. Lo cotidiano deviniendo en horror, pero un horror callado, incluso inexpresivo, que atenaza. Amigos que no adivinan, hombres que lloran sin motivo, hermanos con malas compañías, putas en Nochevieja.
No hemos acabado con el inventario de locuras de Andrés, con esta sinfonía de historias encadenadas. Si eres tan cuerdo que aún no has encontrado la tuya, quizá esté en los sueños, o en las fantasías eróticas, o en las pesadillas provocadas por las drogas, o en la magia, o en la enfermedad. Cualquier historia puede cocinarse con un gramo de locura; Andrés las aliña a la perfección y nos ofrece para postre la locura de la guerra, de la muerte y de Dios. Y nos deja el cuerpo descompuesto y una sonrisa de ternura, insisto. Porque algunos tenemos la suerte de conocer a Andrés y sabemos que toda esta locura es el sueño y el trabajo de un tipo genial, y que somos afortunados de haberlo disfrutado.
Enhorabuena, Andrés Ortiz Tafur. Un libro redondo, ajustado a la perfección, que conquista a cualquiera, además, por la bondad del estilo, la habilidad para elegir tiempo y persona, la sutileza con que enlazas el orden de los relatos y, en fin, el mimo que has puesto en todo. Hermosa locura.
Dies Irae
Aquí donde me ves, lo tengo en mis manos y aún no he tenido ocasión de abrirlo (salvo para leer su dedicatoria). Juro solemnemente que lo haré en breve (ni en vacaciones he podido librarme de algunas obligaciones) y sumaré mi voz a la de Dies.
Besos, lectores.