“Te voy a ser sincero…” Cuando alguien empieza una conversación de ese modo, puedes levantarte y empezar a buscar en la rebotica las mejores tiritas, el mejor antiinflamatorio, que puedas encontrar porque a buen seguro no saldrás indemne de ese pronto que, sin quererlo tú, casi nunca, te mostrará una intimidad desnuda, unos pensamientos, unas emociones que quizá preferirías no saber de ese modo. La sinceridad tiene un doble filo como la más peligrosa de las dagas y, bajo la apariencia de una bondad encomiable, se esconde una verdadera trituradora.
Dudo de la necesidad de ser siempre sincero. La sinceridad debe dosificarse porque como el mercurio envenena y pocas veces cura nada. No son pocas las ocasiones en las que me pregunto el motivo por el que alguien decide desnudarse ante otro,sin parapeto ni para él, ni para el que tiene en frente. La respuesta que casi siempre me he dado ha sido la misma, la necesidad de liberar el peso de su conciencia. Los ataques de sinceridad nunca aparecen de modo espontáneo, es el reconcome interior que no deja vivir el que suele acabar abocando a confesiones casi siempre perturbadoras.
Por eso, algunas cualidades aparentemente loables del ser humano deben ser usadas con cuidado. Hay algunas sinceridades que no son necesarias o, siéndolo, sus consecuencias van a ser tan catastróficas que bien merecen ser ahogadas con un trago de vodka, un somnífero o una confesión a la nada.
Anita Noire
Blog de la autora
Veritas odium parit.
La verdad pare el odio, según palabras de Terencio.