Viernes 23 de mayo, a las 20 horas, en el Casino de Alcantarilla
Muy buenas noches. Y gracias a todos por venir.
No voy a hacer promesas, ni siquiera de brevedad. Os hablaré de alguien que heredó de su madre muchas cosas: su carácter afable, su encanto, su inteligente generosidad… Una madre que le llevó a estar felizmente «envenenado» por la literatura cuando todavía era un niño.
Es un juglar con guitarra y sombrero que confiesa a quien quiera oírle que los poetas suelen caminar extraviados en este mundo frívolo y mezquino donde todo es verdad y todo es mentira; que escribe versos para evitar la soledad, para burlar todos los días la locura de vivir en el vacío de la historia y perpetuar el pensamiento y la emoción más allá de su efímera existencia.
Poeta reconocido y premiado y experto narrador que aborda, sin complejos y con éxito, tanto la novela que cala en los adolescentes (reciente premio «Hache») como la de género histórico, esta vez le ha tocado a la llamada «novela negra». Y, como acostumbra, con la maestría propia de quien ama lo que hace, Infierno de neón ha sido galardonada entre las 115 originales con el Premio Ciudad de Salamanca de Novela 2013, publicada por Ediciones del Viento (A Coruña, 2013).
Una historia negra, llena de matices rojos
Es una novela cercana al guión cinematográfico, en la que se entrelazan dos mundos, dos acciones: la primera, la de la vida de Matías Vidal, profesor de filosofía de enseñanza secundaria abandonado por su mujer; la segunda, la realidad de las mafias internacionales de trata de personas.
Una historia de perdedores en un escenario de náusea. Un contexto repugnante, pero absolutamente cercano y nuestro, donde aparecen ambientes, direcciones e, incluso, locales fácilmente reconocibles como la venta El Peretón que todos aquí conocemos. Quizás, el autor haya querido imposibilitar al lector el recurso de mirar a otro lado en defensa propia. El horror está aquí, latiendo a nuestro lado, y no va a desaparecer porque cerremos los ojos. Esas chicas cometieron el pecado de nacer en el sitio equivocado y en la época más inoportuna, y, tras dejarse engañar por las promesas de un paraíso que nunca existió, encuentran el mismísimo averno, del que solo podrán escapar ataviadas con la mortaja o repatriándose con la marca en la frente de quien no tenía nada y lo ha perdido todo.
Una historia de ritmo trepidante que exige y consigue la atención y la complicidad del lector, que se divierte, piensa, siente, se enfada, se rebela…
Por otra parte, con qué sutileza retrata el ambiente cruel y descarnado de las mafias, una imagen tenebrosa que nos asombra, pero que es la verdad. Contiene escenas muy duras de sexo, violencia (y no digo animalidad porque sería absolutamente injusto; prefiero decir inhumanidad); pero lo hace sin recrearse en el sadismo y sin volverle la espalda, incluso, ni a la corrupción policial, ni a la indiferencia social. Es, por ello, un planteamiento valiente, muy valiente, en tanto que no obvia ni las causas, ni las consecuencias, ni las culpas (incluida la de nuestras conciencias herméticas e impermeables con las que no nos roza directamente la piel).
Un autor que se dibuja, se esconde y se asoma en sus personajes.
Puede que sea evitable, pero es real, divertido y está presente en esta novela. Lo podéis reconocer:
1. Cuando habla del grupo literario «Albardín» (planta de la zona), dedicado a la poesía, temas literarios y filosóficos.
2. Cuando el lirismo se abre paso con expresiones como Jun cielo sin nubes, completamente azul, tan azul como un milagro» o «Era un domingo color ceniza. El cielo parecía una sábana sucia salpicada de nubes grises». Con qué delicadeza encuentra su espacio la poesía, para que nosotros la encontremos…
3. Como licenciado convencido y practicante de las lenguas clásicas, caracterizando a uno de los personajes principales de la novela, el policía Pedro Corrales (experto latinista), quien afirma que su tío, el sacerdote, le había dicho «que el latín le podía ayudar a comprender los entresijos de la historia antigua y a modelar la estructura de su gramática y de sus pensamientos».
4. Te encontramos, J. R., transparentándote tras Quasimodo: amigo de Matías, poeta idealista y enamoradizo para quien «Más allá de la literatura, su verdadera pasión, el mundo se difuminaba como un bosque lejano contemplado desde lo alto de una montaña». Y otra vez se le escapa el poeta que le respira dentro cuando compara a Quasimodo con el Quijote, de una manera literaria absolutamente bella, diciendo que la única diferencia era que «sus molinos de viento eran mujeres de aire».
5. Le vemos, también, cuando nos regala en Matías Vidal reflexiones filosóficas que, seguramente, han ocupado más de una de sus noches en su patio de Valencia mientras huele a limón y sueña el mar.
Hablando de filosofía, no es una mirada gelatinosa y neutral la que él propone, ni la de un semidiós redentor, sino la de un hombre anodino y gris, que podía ser cualquiera; podrías ser tú. A partir de Kierkegaard y de Nietzche, dibuja la posición del protagonista en el mundo, esa en la que cada uno de nosotros puede reconocerse sin esfuerzo, incluso, sin intención.
Inicialmente, encontramos a un Matías lleno de dudas existenciales, dudas a las que no intentaba dar respuesta, consciente de que, en el mundo, nada permanece, todo es relativo y mutable, y no vale la pena dejarse la piel en ningún empeño o ningún afecto porque el tiempo implacable devora todo (porque todo le pertenece). Sabemos qué esperar de él, un fracasado, con apática voluntad, que se da por vencido aun cuando no ha empezado el juego. Inmerso en una «felicidad idiota» de calma chicha, sin problemas y sin alicientes, transcurre su vida.
Nos dice Barat: «Su existencia no había sido otra cosa que lo que Nietzche había denominado “nihilismo pasivo”. Eso era él: un tipo muerto, como el dios del pensador alemán, un hombre débil y resentido, un pelagatos sumiso y conformista que aceptaba un destino de mierda sin rebelión».
Pero dos hechos removerán, definitivamente, su espectro de ese purgatorio vital en el que transcurre su vida. Primero, el abandono de Rosa, su mujer, que le hace perder pie hasta casi quedar sin respiración. Su mujer le ha abandonado por un triunfador armado de gomina y de trajes de Armani, y no solo ha perdido su hijo, sino su insípida identidad. Antes, era un muñeco articulado, inocuo y sin peso; ahora, ni siquiera eso: es una nada. Segundo, el hallazgo de las dos prostitutas asesinadas, tras el cual, de manera inesperada e incontrovertible, su vida tomará una nueva dimensión.
Citas, querido Barat, a Schopenhauer, para quien el amor no es más que la irracionalidad de la voluntad. Y dice el autor: «Uno solo ama aquello que se le parece, aquello que actúa como un espejo y que le devuelve la imagen idealizada de lo que desearía ser». No existe el amor, no cabe otro afecto que el amor a sí mismo, pues. Y esa conclusión le desata, en su soledad, una verdad que le conmueve, siendo consciente de que, durante su vida, ha estado dominado por un estado de «estupidez narcisista» en el que nunca ha hecho nada por nadie, desentendiéndose de los horrores como si fueran un imperativo divino irremediable.
Desde ese momento, solo cabe una salida: la huida. Huir de las mafias, de Rosa y de su pasado. Pero es una huida que solo se puede hacer para adentro; huir, en definitiva, de sí mismo para encontrar su verdad: la única, la suya y genuina.Citas, también, a Kierkegaard: «Tengo que encontrar una verdad que sea verdadera para mí… la idea por la que pueda vivir». Una verdad por la que pueda vivir y por la que pueda morir. Esa verdad que llevará pegada la foto de su genuina identidad, de su yo. En definitiva, una huida de sí mismo para encontrarse consigo mismo.
Describe magistralmente la estructura y la ley de la mafia
Una organización piramidal, rígida e impermeable: en la cúspide, el invisible, que actúa como patriarca, protector, semidiós proveedor y próvido, dueño del cómo, el cuándo y el cuánto de cada una de las vidas de sus siervos mortales. Domina, a la perfección, la técnica del cocodrilo, que, con ojos entornados, e inmóvil, consigue que el enemigo se relaje para atacarle por sorpresa.
Después, en cada nivel, matones, guardaespaldas, confidentes, etc. Un mundo de leyes simples e inapelables: la ley del pez grande que se come al chico. Y, si no hay cuerpo, no hay delito. Como dice Barat, «Esto una selva, y las tribus se pelean por un pedazo de poder. Cualquier signo de debilidad es aprovechado por el rival. Matar o morir, no hay otra consigna en el mundo de las mafias».
Y, en medio, notas de humor en un fondo gris
En medio de esta realidad asfixiante de injusticias, malos tratos e indignidades (página 57), nos cuenta la anécdota del caso de unos turistas ecuatorianos que, llegados al aeropuerto de Madrid y al ser interrogados por la policía sobre su estancia en España, respondieron que habían venido a ver la catedral de Totana.
«Apostado junto a la puerta del asador de pollos, el Gitano Torres fumaba sin parar, como si esperase a una novia que se retrasara más de la cuenta. Se había parapetado detrás de unas gafas pasadas de moda, una gorra con la bandera norteamericana colocada al revés, debajo de la que se recogía en un moño la larga cabellera, y embutido una camiseta de sisa con un rótulo que decía “Recauchutados Jiménez” tres tallas más pequeña de lo que correspondía a su corpulencia… El negro ya le había advertido, tienes que pasar desapercibido. Y el Gitano, siguiendo al pie de la letra las consignas de su jefe, fumaba con indolencia…».
No puedo dejar de contaros la influencia existencialista compilada en la filosofía del negro en aforismos que formarán parte de nuestro acerbo cultural («Pienso luego existo», «Conócete a ti mismo», «Haz sólo lo que te gustaría que hiciera todo el mundo» y «Nunca utilices a las personas como un medio para satisfacer tus intereses»). La sentencia del negro, profunda, irrebatible y absoluta, dice así: «a vida es una mierda, pero a veces puede ser mierda y media».
¿Por qué tienes que leer esta novela?
Poesía, amor, abandono, fracaso, violencia, sexo, cosificación, inhumanidad, ritmo, miedo, valentía, filosofía, intriga, curiosidad, despertar de conciencias rotas, emergencia de un sentimiento de poder que nos hace vernos a nosotros mismos, en palabras del autor, como cómplices virtuales de toda esa maraña de indeseables que están consiguiendo convertir el mundo en una breña.
Nos enfrenta a la verdad, una verdad que nos obliga y nos obre los ojos para obtener la misericordia y la reacción como respuesta a tanta miseria inhumana. En esta novela, cada personaje tiene un mensaje para el lector. En sus páginas, el autor nos dejará ver el revés de los sueños y el color de la desesperación. La muerte aparece como desenlace, castigo, final de la vida, pero, también, como el cadáver que vive en todos los que se instalan en esa existencia insípida de una vida de mierda. Nos introduce en una España negra, aún negra, ya no iluminada con luces de verbena, sino con luces de neón.
Realismo crítico donde Barat nos lleva a mundos que son de este mundo. Traspasa el cristal del escaparate que nos enseña formando parte como juez de lo que juzga y condena y desprecia. No nos permite mirar a otro lado; leer la novela supondrá para cada uno de nosotros lo que para Matías el encontrar las dos prostitutas asesinadas: una revolución de conciencia; la posibilidad de encontrar nuestro héroe dormido para que sueñe y grite que no queremos ni consentimos una realidad en la que la esclavitud se permita; la ocasión de replantearte la realidad y de imaginar otros futuros posibles, más limpios y más dignos; la oportunidad de saber que un grano de arena no hace una playa, pero que no hay playa sin granos de arena; la ocasión de reinventar un yo que encuentre, junto con Matías, una verdad que perdure y que nos haga más auténticos.
«La gente mira a los poetas con recelo, con desconfianza o con admiración, pero jamás con indiferencia», dices tú, Juan Ramón, en boca de tus personajes. Te miro sin sospecha, absolutamente deslumbrada y fascinada, y tan lejos del desapego y la indiferencia como el cariño y la amistad que te profeso dictan, amigo, poeta.
Luces de neón que convocan como si fuera un paraíso, una promesa, pero que se olvida como si la promesa fuera nuestra cuando descubrimos que esas luces no encierran otra cosa que el peor de los infiernos.
Mati Morata Sánchez
Colaboradora de esta Web en la sección
“Miradas con MatiZ”
Foto: Joaquín Zamora
Blog de la autora