Sabe uno que se ha hecho mayor cuando empieza a hablar de “sus tiempos” y hace comparaciones en las que los usos de hoy le resultan extraños y ofensivos.
Eso me ha pasado con algo que creía tan inocente como el fútbol de los niños. Le he acabado cogiendo tirria, y comparándolo con el deporte de “mis tiempos” me parece que muchos de estos niños de hoy son más blandos que la mierda de pavo, y que sus mamás los han pervertido hasta hacerlos unos inútles sin remedio.
Y me da lástima de ellos, y me pone enfermo ver cómo los malcrían y los engañan.
Muchos de estos niños que lo tienen todo, que ven dos partidos en la tele y se encaprichan y piden que les busquen dónde jugar y ya tienen al día siguiente una ficha para competir, un entrenador lamerón, una equipación reluciente y unas botas de profesional, y unos campos nuevos que se mea la perra, sólo carecen de una cosa, de ganas.
De ganas en general.
Son niños, para mí, muy raritos, muy blanditos, como si en lugar de sangre les corriera nocilla por sus escleróticas venas de obesos precoces.
Me parece que no les ayuda que su falta total de esfuerzo venga unida por la ausencia del mínimo coraje por parte de muchos responsables de los equipos infantiles, esa filosofía mongoloide por la cual todos somos iguales y tenemos el mismo derecho a todo, independientemente de nuestra valía, aptitud, o interés.
Resulta que en el equipo de mi hijo -y entenderéis que cuento esto por lo que pueda tener de pequeño reflejo sociológico- todos juegan el mismo tiempo. Da lo mismo que se esfuercen o no, que ayuden al compañero o no, que se sacrifiquen por el equipo o no, que tengan talento o habilidad o no, que sean capaces de correr de aquí allí sin que se les salgan los pulmones por la boca o no.
Todos iguales.
Cualquiera que tenga dos neuronas o haya hecho media hora de ejercicio en su vida, entiende que el deporte consiste exactamente en lo contrario. En diferenciar al apto del inepto, y premiar el esfuerzo para tirar de los torpes hacia arriba y hacerlos mejores.
La vida, yo creo que también es así. Por eso me interesaba que el niño jugara al fútbol, pero ahora descubro que ha caído en una especie de club del mínimo esfuerzo. En vez de niños, parecen sindicalistas.
Salen cada sábado a jugar contra niños de verdad, porque por ventura todavía quedan por ahí niños bravos, despiertos, vivarachos, y les meten 12 a los nuestros, y a los nuestros ¡les da igual!.
Da lo mismo perder o ganar, y da lo mismo perder de uno que de diez. Nada importa.
Estos niños van para dependientes del burrikin, para mansa carne de cañón, o es que yo estoy tan fuera de juego que no entiendo nada y soy un sádico porque le digo a mi hijo que ha hecho algo mal cuando lo ha hecho mal y que bien cuando lo ha hecho bien.
Me jode tanto verlo con esa panda de desahogados.
Miguel Pérez de Lema
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