La posverdad es mentira
Albert Rivera y su camarilla ostentan el indudable mérito de haber convertido Ciudadanos en el ejemplo perfecto de la posverdad. Este término tan de moda no es más que un oxímoron que no necesita más que una palabra para configurarse, es decir, un término que alberga una contradicción en su propia semántica.
Lampedusa ya nos adelantó un gatopardismo que desglosaba aún el árbol genealógico de la mentira, para mostrarnos que el cambio podía evitarse vistiéndose de cambio.
No puedo dejar de sonreír cuando leo en las portadas de los diarios los titulares sobre el «congreso» que ha tenido lugar el pasado sábado 4 de febrero de 2017 en Madrid –habrá muchos que lean este post mucho más tarde– y que ha constituido el apuntalamiento, en la base, manos y pies, y la transformación de lo que fue un proyecto lúcido y esperanzador en otro oportunista, profundamente antidemocrático y, sobre todo, exento de valores desde su numen. Unas cabeceras destacan el giro hacia el liberalismo, otras el desmarque de la socialdemocracia y aun otras un viraje al liberalismo progresista. Ratones.
Ni un águila a la vista que dé cuenta de lo que realmente ocurre, quizá porque a las que hay no les interese tal menudencia llamada Ciudadanos, que no es más que un nuevo decorado para una obra que se sigue escenificando con idéntico guion desde que este muchacho de Barcelona accedió a la presidencia de la formación por gracia del alfabeto.
Muy lejos quedan los aromas del espíritu fundacional, muy atrás los Azúa, los Espada, los Boadella; personalmente, doy por muerto el proyecto.
Y no por los giros que apuntan, muy ingenuamente, los diarios. Porque, como muy bien dijo Pablo Iglesias, Rivera no es de izquierdas ni de derechas, sino de lo que haga falta. Y él lo sabe muy bien, porque es exactamente igual. Tanto Rivera como Iglesias, uno desde el discurso de la sensatez y el otro desde el de la ruptura y la revolución, representan un paradigma idéntico: todo por el poder. Y por eso son la viva imagen de la posverdad, los mismos acuñadores del término y los dignos herederos de un PP y un PSOE que han venido a ser pioneros en el guion, mas ya caducos en el formato.
No señores, no. Ni liberales, ni socialdemócratas, ni progresistas los unos; ni revolucionarios, ni izquierdistas, ni comunistas los otros. Ambos, oportunistas. Ambos, lampedusianos. Ambos, imagen viva de la posverdad. Y abandono ya un término que es como un ojo de cristal, que nunca fue ojo aunque quiera parecerlo.
Todos ellos saben a qué juegan, todos tienen muy bien interiorizada la consciencia de escenario y ahogan su conciencia en el pútrido estanque de la relatividad. Sólo en la confusión prospera la mentira. Un único paradigma imperante: la ausencia de integridad.
Todo el que se sitúe al margen del paradigma se encontrará ante la fuerza centrífuga de este statu quo que más tarde o más temprano acabará por derribar con tanta más fuerza cuanto mayor sea su ímpetu. Pero no para siempre. A su debido momento madurará el nuevo paradigma y caerá el teatro de la vergüenza. Quién sabe cuándo.
América está inmersa en su nuevo lema: In God we Trump. Nadie está exento. Quizá estemos en el culmen de este paradigma de la perversión, del desprecio a los valores, al bien fundamental. Esto supondría un punto de inflexión que daría un nuevo brillo a nuestros ojos y un nuevo ímpetu a nuestra moral. Yo creo que ahí estamos. No puede quedar lejos el momento en que quede en evidencia la locura a la que hemos llegado, después de tantas lecciones que debimos aprender de la historia.
Giro liberal, progresista, socialdemócrata, revolucionario, reformista… No se crean nada. La posverdad es mentira.
Jaime Trabuchelli
Excelente artículo. Más claro, el agua. El poder es lo único que importa. Triste, pero cierto.
Un abrazo.