Hoy recibo un correo de un amigo que acaba con un afectuoso «Carpe diem». Acaso yo no sé disfrutar, me digo, de este momento escurridizo y fugaz. ¿Se me escapará la vida sin haberla saboreado intensamente? «Vivir el presente» es la máxima que oímos por doquier, y con la que hemos crecido todos los de mi generación. Y con mayor fuerza (¿y presión?) nuestros jóvenes. Sin embargo, qué difícil es atrapar ese segundo. A mí siempre se me escapa. Tempus fugit. ¿Y qué es el tiempo? San Agustín decía: «Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé».
Yo tampoco sé definirlo, y, además, no soy filósofa; pero siento el «tiempo», entre otras cosas, como algo que ordena mi experiencia interna. A mí, que siempre me ha gustado soñar y recordar (¿otra forma de soñar?), y volver la vista atrás y no siempre para aprender, muchas veces por el mero placer de revivir el ayer (soy así; otros se muerden las uñas), me producía desasosiego hasta que Proust me descubrió que «a veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas». Su lectura cambió mi vida y mi manera de ser y de estar en el mundo. También me reconcilió conmigo misma: aun reconociendo su inmensidad, me vi reflejada en él.
Cuando casi estaba convencida de que yo debía de ser la última nostálgica, descubro en Facebook páginas de lugares maravillosos. Ya que vivimos en la época de la ciencia y la tecnología pensarán que lo que desfila por Internet solo es para mostrarnos nuestras ciudades modernas y dar avances de cómo serán en el futuro, aplicándoles todo tipo de descubrimientos punteros. Pues no, se equivocan. Y aunque mi exposición no pretende ser científica, ni es el lugar, quiero darle algo de rigor y mostrar algunos de los muchos ejemplos que he encontrado (los animo a que busquen su pueblo, su ciudad, su país. Seguro que aparece) en la red: «Fotos antiguas de Murcia»; «Fotos antiguas de Madrid»; «Fotos antiguas de La Coruña»; «Barcelona antiga» (grupo abierto); «El nostre Alacant d’antany» (Alicante de antaño); «Fotos antiguas de Mallorca; «San Sebastián desaparecida»; «Sevilla del ayer. Fotos antiguas»; «Mi Valladolid antigua»; «Fotos antiguas de España» (grupo público); «Fotos antiguas de Argentina»; «Fotos antiguas de Venezuela»; «Fotos antiguas de Lima»; «Paris ancienne» (París antiguo); «Old images of London» (Fotos antiguas de Londres); «Old images of New York» (Fotos antiguas de Nueva York), etc.
Por supuesto que hay más, como, por ejemplo, asociaciones de antiguos alumnos de colegios e institutos, de campamentos, de coros, de Semana Santa… Hasta un grupo que añora los helados de una heladería desaparecida.
Desde luego son documentos impresionantes, bellísimos y de gran valor histórico. No solo por hablarnos de la historia colectiva son interesantes; también porque están llenos de vidas anónimas que sus seguidores identifican como suyas. Los administradores y lectores aportan sus propias fotos: de sus lugares, de sus amigos, de su familia: padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y de ellos mismos de pequeños. Es su pasado y su recuerdo. Y lo que ha llamado mi atención es su manifiesta añoranza de estos. Veamos algunas frases y expresiones que se repiten en las diferentes páginas: «Qué tiempos aquellos, quién pudiera volver a ellos»; «Dios, qué recuerdos»; «Ha cambiado para peor»; «Otro paisaje desaparecido, qué lástima»; «Eran otros tiempos, no sé si mejores o peores, quizá más felices»; «Qué habrá sido de esas personas que están sentadas. ¿Quedará alguna viva?»; «¡Cómo ha cambiado la calle, ahí jugaba yo!», etc.
¿Qué encuentran? ¿Qué encontramos de interesante en estas fotos?: nuestra vida: la calle en la que jugábamos; la plaza por la que pasábamos; el quiosco donde comprábamos nuestros tebeos, chuches y nuestros primeros cigarrillos. El guarda de tráfico dirigiendo la circulación, cuyo uniforme y maneras admirábamos. Todo formaba parte del paisaje con el que crecimos, y muchos de ellos, si no todos, han desaparecido. Y nos revolvemos pensando dónde estarán. ¡Uf!, quién lo diría: el eterno Ubi sunt?
Tampoco podían faltar las quejas (y con razón) sobre la falta de planes urbanísticos sensibles y respetuosos con nuestro patrimonio artístico. Pero, esto aparte, lo que rezuman estas páginas es el anhelo de redescubrir los lugares en los que hemos crecido, jugado y soñado. Recuperar nuestro tiempo vivido. «Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena», diría Machado, o como más tarde cantará Serrat: «(No hay) nada más amado que lo que perdí».
Y yo me pregunto: ¿Tan felices éramos? De todo ha habido. Seguro. Pero dicen que la memoria es selectiva y hasta caprichosa. Y entre sus caprichos está olvidar lo que no nos conviene. Y no hay nada que nos convenga menos que el dolor, por lo que, en consecuencia, minimizamos o desterramos las experiencias negativas y magnificamos las positivas.
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Otro ejemplo también relacionado con este fenómeno lo he vivido este verano, en Betanzos, precioso pueblo de La Coruña. Me hablaron de una exposición fotográfica, y me animaron a que fuera; que me gustaría porque había fotos de mucha gente «conocida». Y fui. Y sin una idea clara de lo que me iba a encontrar. Cuál fue mi sorpresa al saber que el tema de la misma eran las personas, tanto las principales, próceres e indianos benefactores, como sus habitantes anónimos, sencillos e insignificantes. Se había pedido a todo el pueblo su colaboración. Llevaron sus recuerdos fotográficos, desde finales del siglo XIX hasta los ochenta. No había imagen que tuviera menos de treinta años. Otra belleza que contemplar. Pero, como lo descubierto en Facebook, no se queda en la mera contemplación. Los visitantes miraban las fotografías recordando a sus familiares, amigos o conocidos, y los momentos vividos con ellos. Estas imágenes tienen alma porque están llenas de memoria. Observaba sus caras, sus gestos, y sus palabras: pura emoción. Comentaban que parecía que el tiempo no había pasado; que se veían en esa casa, en ese salón, en ese jardín. Que podían oír sus voces, sus risas. Hasta hubo quien dijo que olía, a ráfagas, el suave olor de la camelia prendida con elegancia en el vestido que su madre llevaba en el retrato expuesto. ¡Ay, Marcel! Si pudieras levantarte de la tumba, qué feliz estarías escuchándolos. Ellos también saben de «sensaciones fugitivas». Y sus fotos, como a ti el trozo de magdalena mojado en la taza de té, los han transportado a sus horas de antaño, y con la misma alegría que a ti.
¿De todo lo dicho debemos deducir que queremos una sociedad inmovilista, estancada y que, por consiguiente, sigamos con las calles de tierra y barro; que se nos hunda el suelo, las cortinas hechas jirones, y que el tejado se nos caiga encima? No, no es esto lo que pretendemos. Nos exploramos a nosotros y a nuestro pasado, y en este mundo de Internet en el que todos estamos «enredados», rastreamos, como si de la «tienda de las nostalgias» del gran Woody Allen se tratara, nuestros recuerdos. Y nos perturba perderlos tanto como a don Rafael Cortés (entrañable personaje de la también grande Elena Marqués), que no quiso volver más a su café Recuerdos después de la reforma que borró la huella que deja la vida, convirtiéndolo en un lugar cualquiera.
Lo que nos rodea no solo conforma nuestra geografía exterior, sino también la más íntima, la que nos ayuda a ser lo que somos, a dibujarnos como miembros de una colectividad y no de otra. Y la queremos, además de por su belleza, por las experiencias vividas en ella. Y ocurre, como con los buenos perfumes, que su aroma se siente mejor con la estela que dejan atrás. Quizás por esto, como dijo Jorge Manrique, «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Para nosotros, el tiempo no es solo sucesión y tránsito hacia la muerte como se percibía en el Barroco. También es la memoria del pasado que permanece grabada en nosotros, en nuestra alma. ¿Podemos volver al ayer? ¿Podemos pedir a la vida lo que ya se ha ido? ¿Podemos recuperar el tiempo perdido? No, nosotros sabemos, como lo sabía Proust, que es imposible volver a vivir lo que se ha vivido. Sin embargo, nos queda la esperanza de que a través de alguna sensación fugitiva logremos «ese día antiguo (…), y, durante un momento, los nombres recuperan su antiguo significado; los seres, su antiguo rostro; nosotros, nuestra alma de entonces».
P.D. Quiero agradecer a Mariona Tella, administradora de la página «San Sebastián desaparecida», su amabilidad y colaboración en la selección de las fotografías de su ciudad «Un paseo por la Concha» y «Aeroplano sobrevolando la playa con la isla de Santa Clara al fondo».
Clara Mencid
Bonita e inteligente reflexión de Clara Mencid y una inigualable narración que me ha transportado a los tiempos de mi niñez, aquellos en los que el mundo aún estaba por descubrir y en los que sólo recibía ecos de él a través de las novelas de aventuras y los comic de Tintin, y aunque ahora el mundo sea viejo o conocido, estos relatos hacen que merezca la pena vivir.
¡Muchas Gracias, Clara Mencid!
Muchas gracias, Antonio, tan amable como siempre. Me quedo con tu bella imagen de cuando «aún estaba el mundo por descubrir». Un abrazo cariñoso.
Hay un esmerado trabajo en este artículo. Hay reflexión, rescate hondo incluso de la autora, de aprendizajes que fueron, y ahora maduros vuelan como una filosofía propia.
Nostalgia, siempre nostalgia de lo que fué, de lo que fuimos y tuvimos, como si fuese una defensa inconsciente del paso del tiempo. Afortunadamente están los recuerdos, esos instantes fugaces que intentamos volver a cariciar a golpe de memoria y de vida.
Este artículo está lleno de memoria, de filosofía, y de vida por encima de todo.
Muchas felicidades querida amiga Carmen, y gracias por este precioso esfuerzo.
Mi noble Amelia, cómo se nota el esmero que has puesto en el comentario. Y hay tanta verdad como sentimiento. Afortunadamente, tú, eres uno de mis amigos a los que no necesito recordar: estás en mi presente. Muchísimos besos y que la vida te traiga todo lo que mereces.
Tu artículo, Carmen, lleno de referencias literarias y de experiencias personales, de estilo impecable, trabado ‘magistralmente’ en su argumentación -¡cómo se nota tu profesión!-, me ha hecho disfrutar, en el aquí y ahora de la lectura, el placer de la nostalgia. Ha sido una delicia bucear contigo en el inmenso y silencioso azul de la memoria.
Por mucho que nos sobrecoja el misterio del más allá o la fugacidad del tiempo, y por mucho que nos agobie la rutina de nuestra vida cotidiana, siempre hemos de encontrar ese rincón para los sueños, para la reflexión en calma, para regalarnos el ‘mero placer de recordar’ –son tus palabras. Recordar y recobrar, en la distancia, emociones, imágenes y aromas.
Ay, mi poeta, mi farero, tú eres otro de mis amigos que no necesito recordar, estás en mi presente. Y mañana en mi memoria… Besos.
Sabes, cada vez que te leo crezco y llegará el día que recobremos ideas, sentimientos y aromas. Y aunque lejos, nos sentiremos cerca.
El artículo de Carmen me llega en un momento que me obliga a detenerme, más que en cualquier otro aspecto, en los tópicos literarios del «ubi sunt?» y el «carpe diem». El viernes falleció el padre de una amiga y en el tanatorio todas las preguntas giraban en torno a eso. «Tempus fugit» (parece que fue ayer cuando charlábamos con él en su casa después de hacer algún trabajo de la facultad), y hay cosas irrecuperables.
Bueno, que no quiero amargaros, pero sirva esto de introito (ya puestos…) para animaros a disfrutar de este artículo y los que vendrán. Este, desde luego, nos hace reflexionar sobre alguna de los cualidades más humanas de lo que somos: seres finitos, desde luego, pero dotados del milagro del recuerdo y el don de la memoria.
Muchos besos.
Mi dulce Elena, qué afortunada me siento después de haber escrito sobre la nostalgia y sus efectos y darme cuenta de que estoy rodeada de amigos que dan sentido a mi vida presente y que en el futuro gracias al «don de la memoria» recuperaremos estos instantes con sus esencias. Será el jazmín y su estela lo que produzca el milagro. Seguro.
Muchísimos besos.
Una vez alguien dijo que envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.
Por eso volvemos a recordar, para ver, para vernos ahora que sabemos mirar. Ahora que hemos aprendido que cada instante nos cambia, que cada paso es únicamente de ida.
Buscamos reconciliarnos con aquello que fuimos, con todo lo que la vida puso a nuestro alcance y erróneamente creímos nuestro.
Solo así, volviéndonos hacia nuestras huellas en el viejo camino, somos capaces de seguir subiendo la pesada piedra hasta la cima, como Sísifo, pero quizá con la leve esperanza de volver a empezar.
Mi enhorabuena por este trabajo que es el reflejo de un bagaje vital de empedernida soñadora.
Vivir con cuesta o sin ella es mucho más feliz con personas como tú. Espero seguir compartiendo ideas y sentimientos contigo. Y deseando leerte de nuevo, nos darás una lección de saber hacer.
Gracias y besos.
Qué más decir a un artículo que no sólo cuenta con magníficas frases y reflexiones, sino que también refleja la calidad personal y literaria de quien lo ha escrito?
Me quedo con muchos de sus párrafos bellísimos, especialmente con el que dice que el tiempo no es sólo sucesión y tránsito hacia la muerte, pues es también la memoria del pasado que permanece en nosotros. Gracias por tu lección, Carmen.
Muchas gracias Majomar por tus amables palabras. Estoy segura de que tu incorporación va a dar muy buenos frutos y mejores momentos que compartir y recordar. Besos.
Elegante/profundo, poético/real, literario/vital, entrañable/original.
¿Para cuándo el próximo? Lo espero.
Le agradezco su lectura y sus palabras y espero continuar leyendo sus amables comentarios. Muy agradecida.
Amiga, como siempre leerte es olvidarse de todo y mezclarse con tus palabras haciéndose sentido: el sentido de lo que, como esa gente de la exposición que al ver un tema lo llenaba de sus recuerdos sobre el mismo.
«Lo que nos rodea no solo conforma nuestra geografía exterior, sino también la más íntima». Me gusta ese pensamiento, aunque… yo lo creo recíproco. Es cierto, lo que conforma el paisaje en el cual interactuamos nos moldea, pero también es cierto que somos nosotros los que damos vida y forma a esos paisajes con nuestros recuerdos («mira, el arbol donde tallé nuestros nombres»… «¿recuerdas las olas que había en esta playa aquella noche?»)… pero el caso es que todo ello es memoria viva, algo que quedará ahí para ser disfrutado, como el relato que has construido, sacando pasión de lo más mundano, haciendo bello lo que es rutinario, como es recordar. Te diría más… está perfectamente construido, como te han dicho acertadamente, pero a mí me puede ese sentimiento interior que se expande al leer algo hecho con alma, y eso es algo que a ti desde luego no te falta.
Sigue escribiendo, Clara… que hacen falta poetas hasta en la prosa. Un beso amiga.
Segis, poeta del amor y del misterio, vaya pedazo comentario que me has hecho; todavía estoy relamiéndome…
También estoy de acuerdo contigo en que nuestra mirada da forma a lo que vemos. Pero yo estaba hablando de la memoria.
Muchas gracias por encontrar alma en mi escrito, es de las cosas más bonitas que te pueden decir, que me pueden decir. En definitiva, si un escrito carece de ella se convierte en una arquitectura verbal vacía de sentido y de vida.
Muchas gracias, amigo. Espero leerte muchas historias sobre la «Santa Compaña». La leyenda te necesita. Bicos.